El aire en la fortaleza se había vuelto más pesado en las últimas horas, como si el destino mismo hubiera comenzado a filtrarse por cada grieta de Lobrenhart. Nerysa, quien hasta entonces había estado tan segura de la fortaleza de su familia y la estabilidad de la manada, ahora sentía una presión insoportable en su pecho, un presagio que la había estado atormentando durante todo el día.
Se encontraba en el jardín de los Alfas, el lugar donde tantas veces había compartido momentos de paz con Joldar, donde las palabras eran sinceras y las promesas, eternas. Pero hoy, el sol parecía haber perdido su calidez. Todo estaba sombrío.
Fue Cael quien apareció, su rostro pálido y su mirada más seria que nunca, lo que hizo que el corazón de Nerysa se encogiera. La preocupación en sus ojos era un reflejo de algo mucho peor.
—Nerysa... —su voz se cortó, pero la tristeza en su tono era inconfundible.
Ella lo miró, sin comprender al principio, pero algo en su interior ya le decía lo que temía. Podía