—¿Te vas a quedar esta vez? —murmuró Tarsia con los ojos entrecerrados.
—Hasta que me eches —dijo Kaelrik, besándole la frente—. O hasta que el mundo se queme… lo que pase primero.
—Extrañarte ha sido una maldita tortura —murmuró Kaelrik, su voz más ronca, mientras acariciaba con la yema de los dedos la línea de la clavícula de Tarsia—. Cada noche me prometí que no pensaría en ti… y cada noche fallé.
Ella sonrió, agotada pero cálida, con la piel aún enrojecida por el fuego de su encuentro.
—¿Y qué pensabas?
—Que si seguías siendo tan terca cuando hacíamos el amor, era porque estabas hecha para mí —dijo, con una sonrisa torcida—. Y maldición, lo estás.
Tarsia lo besó con suavidad esta vez, más lento, más real. Pero apenas el contacto se volvió profundo, Kaelrik ya la tenía bajo él otra vez, su cuerpo endurecido y hambriento.
—¿En serio? —gimió ella, divertida.
—Unas semanas sin ti es demasiado —gruñó él.
Y sin más advertencias, la penetró de nuevo, con una fuerza que