La caverna respiraba oscuridad. Solo el fuego azul del brasero iluminaba las paredes irregulares del antiguo santuario. Aldrik Lobrenhart estaba de pie, erguido como una sombra antigua entre ruinas de piedra consagrada. A su lado, una urna cubierta aún exudaba el hedor rancio de antiguos pactos rotos.
El muchacho, cubierto por una capa raída y con marcas de fuego aún frescas en la piel, se arrodilló frente a él.
—Volví… como ordenó. Fui perdonado.
—¿Perdonado? —Aldrik enarcó una ceja, girando lentamente sobre su bastón—. ¿Por la loba?
—Por la llama. Ella me señaló y dijo que sería el único que volvería con vida. Para darte un mensaje.
Aldrik asintió con lentitud.
—Y ese mensaje fue…
—“No habrá segunda advertencia.” Que tu traición no quedará impune. Que el fuego te alcanzará.
El viejo lobo sonrió, pero en sus ojos no había humor.
—¿Y tú creíste… que por llevar palabras de una loba te habías redimido?
El muchacho tragó saliva, sin saber si responder.
—Vi cosas… —añad