El carruaje se sacudía por el terreno irregular, pero nada se comparaba con los estremecimientos del cuerpo de Nyrea. Su espalda arqueada contra la madera del asiento, las manos aferradas a los bordes como si pudiera anclar el mundo entero con sus dedos.
—¡Aaah! —el grito retumbó en el interior del vehículo, con un eco que heló la sangre de los guardias al exterior.
Tarsia estaba inclinada sobre ella, sujetando sus piernas elevadas con firmeza, pero su rostro denotaba preocupación.
—¡Aguanta, loba! Ya casi llegamos... solo unos metros más… —dijo, con la voz cargada de urgencia. Pero las gotas de sudor en su frente la delataban. Esto no era un parto normal. El poder de Nyrea fluía sin control por cada contracción.
—¡No... puedo... detenerlo! —gruñó Nyrea, el rostro desencajado por el dolor, sus ojos brillando con la furia del fuego ancestral.
El carruaje se tambaleó al girar cerca de los riscos del norte. Desde la ventanilla, se divisaban ya las primeras torres de Lobrenhart.