Desde la torre norte de la fortaleza, Aldrik observaba la ciudad bajo el sol matutino. Sus manos enlazadas tras la espalda, la túnica perfectamente planchada, y los ojos entrecerrados como cuchillas a punto de caer sobre una presa.
No le gustaba lo que veía. O más bien, lo que no podía controlar.
Joldar había decidido partir a Monteluz. No me gusta ese interes de ver a Thandor. Y lo peor de todo: Nerysa y el, habían comenzado a husmear en los archivos de la vieja biblioteca. Viejas historias, viejas mentiras disfrazadas de leyenda…
—Están escarbando donde no deben —murmuró para sí, girando hacia el salón donde aguardaba su aprendiz, Elaria.
Ella tomaba notas sin levantar la vista, pero él sabía que cada palabra quedaba grabada en su memoria como hierro al rojo vivo.
—Thandor —pronunció con desprecio—. Viejo maldito. Debería haber muerto con los suyos cuando se desmoronaron los clanes.
Él había sido quien sugirió a Roiner, aquel asesino silencioso para acabar con la descendencia de los