El eco de pasos y murmullos llenaba el Salón de Piedra, la gran cámara donde el Consejo de Lobrenhart se reunía bajo los techos abovedados y las columnas talladas con símbolos de los clanes ancestrales. La mesa circular ya estaba casi completa, y aunque no todos hablaban en voz alta, la tensión podía sentirse como una niebla densa.
Aldrik, con su túnica de lino oscuro y su rostro impasible, ocupaba su lugar tradicional, justo a la izquierda del asiento reservado para el Alfa. No necesitaba alzar la voz para que sus palabras pesaran más que cualquier declaración.
—No estoy aquí para sembrar alarma —dijo, con tono sosegado—. Pero tampoco podemos ignorar lo evidente. Esta loba... Aeryn... ha mostrado habilidades que van más allá de lo común. Una transformación diurna. Control sobre el fuego. Y una marcada jerarquía sobre nuestro heredero.
Un murmullo recorrió la sala. Algunos miembros intercambiaron miradas, otros simplemente cruzaron los brazos. El Beta de Sombranoche, Cael, mantenía