Brumavelo días después de que Nyrea y Darién regresaron.
La luz matinal se filtraba a través de los arcos de madera en la glorieta central de Brumavelo, tiñendo las piedras de un ámbar suave. El rumor de la vida se alzaba como un cántico tranquilo: martillos golpeando, risas lejanas de cachorros jugando, pasos apurados de guerreros en entrenamiento. La aldea respiraba un nuevo aire.
Brumavelo, una vez un refugio escondido entre montañas, ahora comenzaba a parecer una ciudad. Estandartes flameaban en las calles principales, se había iniciado la construcción de un pequeño mercado techado y nuevas viviendas se alineaban siguiendo una estructura circular de vigilancia. Las antiguas casas de piedra oscura habían sido restauradas, y los altares a la Llama Sagrada se multiplicaban, encendidos con reverencia cada anochecer.
Nyrea observaba todo desde su asiento en la glorieta, un cuaderno abierto en el regazo y la mano descansando sobre su vientre . Las ropas de lino se adaptaban suavement