El atardecer teñía de rojo los bordes de su habitación. Era hermoso. Irritante.
Sentada en la silla baja, Elaria observaba cómo su vientre se alzaba con cada respiración. La criatura dentro de ella se movía, como si intuyera su estado de ánimo. A veces, ese movimiento la enternecía. Otras, como ahora… le provocaba náuseas.
—¿Qué se supone que debo sentir por ti? —murmuró.
¿Amor? ¿Esperanza? ¿Culpa?
Ni siquiera lo sabía. Todo se mezclaba como una pócima mal preparada. Era su hijo, sí… pero también el recordatorio constante de todo lo que perdió.
Darién.
Apretó la mandíbula con fuerza.
Lo había amado, de una forma egoísta y desquiciada, sí, pero amor al fin. ¿Y qué recibió? Rechazo. Desprecio. Un destierro vestido de vigilancia. Un castigo social disfrazado de protección.
Pero lo que no podía perdonar, lo que no olvidaría… fue lo de él.
Aldrik.
Su gran mentor. El lobo que le prometió poder, lugar, protección. El que la empujó a mentir, manipular, seducir. Todo por su