El despacho en el centro de Brumavelo estaba cálido por el sol de media mañana. Nyrea revisaba unos planos de expansión urbana junto a un informe de cosechas, cuando sintió el cosquilleo en su dedo: el anillo. La señal.
Darién estaba cerca de Vyrden.
Una leve sonrisa se dibujó en sus labios, pero no alcanzó a acomodarse del todo cuando una punzada le atravesó el vientre, seca y profunda como una lanza de sombra. Se sostuvo del borde del escritorio, cerrando los ojos.
No era dolor. Era drenaje.
Otra vez.
Valzrum llegó en segundos. Su expresión se tensó en cuanto la vio.
—Nyrea... otra vez no —dijo con gravedad, acercándose con movimientos rápidos.
—No es como las otras veces. Esta vez fue más intensa —respondió ella, bajando lentamente a la silla. Su voz sonaba firme, pero su rostro estaba pálido.
Valzrum extendió sus manos sin pedir permiso, colocándolas sobre su vientre con una delicadeza casi paternal. Cerró los ojos, susurró en una lengua antigua. El aire a su alred