El camino de regreso a Vyrden serpenteaba entre colinas abiertas y praderas que olían a tierra mojada. El viento silbaba entre las rocas como si quisiera susurrarle respuestas que Kaelrik no había pedido, pero que igual lo alcanzaban.
Iba cabalgando solo al frente de su escolta, con la mandíbula apretada y la mirada clavada en el horizonte.
No podía dejar de pensar en ella.
Nyrea.
La loba que lo había desarmado sin una sola garra. La que lo había juzgado sin crueldad. La que había compartido fuego sin ofrecerse… y sin negarse.
“No gobernarán por mandato, sino por destino”, recordaba del juicio.
Y su corazón, terco como su raza, no quería admitir que su destino no estaba ligado al de ella.
—Ella ya eligió —murmuró para sí, como quien intenta matar una esperanza con palabras.
Pero no era tan simple. Había visto el vínculo entre Nyrea y Darién… sí. Pero también había sentido algo más. Algo que le hablaba a su orgullo, a su deseo, a su sentido de propósito.
“Quizá no fui elegido p