La sala del consejo de Brumavelo era distinta a cualquier salón de deliberación de las grandes manadas. No había tronos ni escalones. Solo una mesa circular de piedra negra, tallada con runas del linaje Ignarossa, y sillas firmes para quienes tuvieran la voz… no el título.
La mañana avanzaba con lentitud, pero dentro de la sala, la energía era espesa.
Aeryn se detuvo unos pasos antes de la entrada. Llevaba un vestido oscuro, sencillo, pero con detalles bordados en hilo rojo fuego que resplandecían con cada movimiento. Darién se colocó a su lado. No la guiaba, ni la precedía. Caminaban juntos.
—¿Estás lista? —preguntó él en voz baja, sin mirarla directamente.
—¿Y tú? —respondió Aeryn con una sonrisa seca.
Él asintió. Se notaba contenido, pero sereno.
—Kaelrik no es tonto —agregó ella—. Vendrá con respeto... pero también con pruebas. Querrá medirnos.
—Entonces que nos mida —murmuró Darién—. Y que sepa que la medida no le alcanzará.
Ambos cruzaron las puertas al mismo tie