El sonido del cuerno rasgó la quietud de la mañana en tres toques cortos y secos.
Uno. Dos. Tres.
En Brumavelo, ese llamado no se confundía con ninguno: un visitante de alto rango se aproximaba. No era enemigo. No era aliado. Era alguien cuyo nombre debía ser escuchado antes de ser juzgado.
Desde la terraza central, Nyrea alzó el rostro al viento. Su loba interior se tensó, no por miedo… sino por instinto. Sentía la mirada de la aldea posarse sobre ella, esperando dirección, pero también sintió algo más: una sombra nueva acercándose al fuego.
—¿Esperas visita? —preguntó Valzrum, apareciendo a su lado, con los ojos entrecerrados hacia el horizonte.
—No —respondió Aeryn, mientras el primer estandarte negro y dorado ondeaba más allá de los campos.
La columna de jinetes avanzaba con paso medido. Al frente, una figura alta y recta montaba un corcel oscuro, y ondeaba sobre su espalda un cuerno dorado dibujado en tela negra: el estandarte de Vyrden.
Valzrum exhaló en voz baja.
—Kaelr