El viento en las Tierras Oscuras soplaba con un murmullo antiguo, como si la misma tierra susurrara los nombres olvidados del pasado. Aeryn descendió del caballo con el ceño fruncido, el corazón latiendo con fuerza contenida. Sus pasos firmes la llevaron hasta el claro donde Valzrum y Sareth la esperaban junto al fuego.
—Valzrum —dijo sin titubear—. Es hora. Quiero la verdad. Toda.
Valzrum se puso de pie lentamente. Sus ojos cansados se clavaron en los de ella, pero esta vez no rehuía el peso de su historia.
—Claro que te la daré… Nyrea Ignarossa.
Aeryn se estremeció al oír ese nombre. No era la primera vez que lo escuchaba, pero nunca sonó tan real. Tan inevitable.
Sareth retrocedió un paso, dejando el espacio para que el pasado se desplegara sin interrupciones. Valzrum respiró hondo, como quien prepara su alma para una confesión que lleva demasiado tiempo enterrada.
—Yo fui el enviado de Aldrik. Fui quien debía asegurar que los Ignarossa desaparecieran de la faz de la ti