Habían pasado más de dos lunas desde la muerte de la abuela de Tarsia, y el tiempo, aunque lleno de tensión, había traído avances. Nyrea, ya con el vientre pesado y su andar más lento, se mantenía firme en sus funciones, asistida por Tarsia, Nerysa y Valzrum. Su fuego, aunque calmado, se volvía cada día más inestable. Como si supiera que el momento se acercaba.
El consejo se reunió esa mañana bajo cielos plomizos, y el ambiente estaba cargado.
Los informes habían comenzado a llegar uno tras otro durante las últimas jornadas. Ataques menores. Incursiones nocturnas. Grupos reducidos de hombres encapuchados que aparecían en los límites de pequeñas aldeas aliadas, lanzando proyectiles o quemando campos de cultivo… y luego desaparecían.
Cael fue el primero en alzar la voz durante la reunión del consejo.
—Es el mismo patrón en todas —dijo, señalando el mapa extendido sobre la mesa—. Aldeas aisladas, de fácil acceso, poco valor estratégico. Pero todas cercanas a Lobrenhart.
—¿Y cuá