La tienda era cálida, iluminada apenas por la tenue luz de una piedra de luna suspendida sobre sus cabezas. Darién estaba recostado sobre un costado, acariciando la espalda de Nyrea con lentitud, besando la curva de su cuello, recorriéndola como si el tacto pudiera curar toda herida invisible. Ella respondía a sus caricias con suaves suspiros, sus piernas enredadas, sus labios encontrándose con deseo.
Era su momento. El único que les pertenecía a solas.
Pero justo cuando la pasión comenzaba a elevarse, un gesto de Nyrea lo detuvo. Se tensó, su respiración se cortó, y su mano fue instintivamente hacia su vientre.
—¿Qué ocurre? —preguntó Darién de inmediato, incorporándose, la preocupación apagando el deseo.
—Otra vez… —murmuró ella, frunciendo el ceño—. Como una punzada… fuerte. Y no es la primera esta noche.
Darién se enderezó por completo, y sin perder tiempo, salió de la tienda para llamar a Tarsia. Cuando regresó, ella ya estaba sentada, respirando hondo, con las manos sobre e