La noche había caído sobre la manada de Lobrenhart. Los festejos por la ascensión de Darien a Alfa habían llegado a su fin, y la manada se retiraba poco a poco, dejando atrás el eco de la música y los cantos. El aire se había enfriado, pero la pasión del día aún ardía en el ambiente.
Darien caminaba a paso firme hacia sus aposentos, con Aeryn a su lado. Aunque había estado junto a él todo el tiempo, Aeryn no podía evitar sentirse extraña. Los rituales, las condiciones, el collar que aún la ataba... todo eso la consumía. Pero, al estar con Darien, algo en su interior le decía que podía liberarse, aunque fuera por un momento.
Cuando llegaron a la puerta de sus aposentos del Alfa y la Luna, Darien la miró a los ojos con una intensidad que solo él podía transmitir.
—Es hora de quitarte esto —dijo, señalando el collar de Nareth que aún rodeaba su cuello. La suavidad de su voz contrastaba con la fuerza de su mirada.
Aeryn no dijo nada, solo asintió, sintiendo una ola de alivio al pensar que