Capítulo 74. Sombras entre las páginas.
La mañana amaneció gris sobre la finca. No era común en esa época del año, pero el cielo estaba cubierto de nubes bajas, y una humedad pegajosa se colaba por las ventanas entreabiertas. El canto de los pájaros era escaso, como si hasta ellos intuyeran que algo no estaba bien.
En el comedor, la mesa estaba servida como cada día: café humeante, pan recién horneado, jugo de naranja. Sin embargo, había un peso invisible suspendido sobre las tres sillas ocupadas.
Iris masticaba lentamente un pedazo de pan, sin levantar la vista del plato. Alejandro, sentado frente a ella, movía distraídamente la cucharita en su café, creando remolinos oscuros. Valentina, al otro lado, observaba a su hija de reojo, como si quisiera encontrar respuestas en la curva de sus hombros o en la forma en que evitaba mirarlos.
Alma, que apenas alcanzaba la mesa sin usar el cojín de refuerzo que solía pedir, fue la primera en romper el silencio.
—¿Todo está bien? —preguntó, mirando alternativamente a su hermana y a su