Ariadna bajó del coche con una emoción que no podía contener.
Sus ojos recorrieron las tiendas lujosas que se extendían a lo largo de la avenida principal. Escaparates iluminados con las últimas colecciones, maniquíes vestidos con prendas de diseñadores exclusivos y el aroma inconfundible del lujo impregnando el aire.
Había pasado demasiado tiempo sin darse un gusto.
Desde que su padre la desterró de su antigua vida, había olvidado lo que se sentía entrar a una tienda sin preocuparse por los precios, sin sentirse miserable por no poder permitirse lo que quería.
Y ahora, Maximiliano Valenti iba a pagar por todo.
Se giró para mirarlo y, como lo esperaba, él tenía la expresión de alguien que estaba obligado a estar allí contra su voluntad.
—¿Siempre tienes esa cara de amargado o es un esfuerzo especial para mí? —preguntó Ariadna con una sonrisa burlona.
Maximiliano la miró con una paciencia que claramente se le estaba agotando.
—Compra lo que necesites y terminemos con esto.
Ariad