La frente de Leonardo se tornó sudorosa, estaba bajo presión, enfrentarse y luchar hasta la muerte no era el problema, temía equivocarse, morir y perder a su hijo, su saliva era espesa, estiró el brazo y tomó el vaso, de un solo sorbo lo desocupó.
—Si aceptas hacer una tregua conmigo, yo te aseguro que cada quien tomará su camino, nadie se interpondrá en la vida del otro —Leonardo bufó.
—Hablas por ti, adicionar, nadie te ha puesto al frente, nadie asegura que tu hermano, o el perro faldero de Gabriele no irán detrás de mí esperando que baje la guardia y así poder acabar conmigo.
—No necesito que me pongan al frente, yo controlo a mi hermano, Gabriele me escuchará —interrumpió Cristina.
—Proteges a mi hermano, y a todos mis enemigos, no puedo confiar en ti. —Leonardo se detuvo buscando organizar sus pensamientos.
—Leonardo, no te pido que terminemos como los mejores amigos, solo te pido que haya paz, aún hay más, esta ciudad siempre ha permanecido bajo el poder de la familia Fiorenti