Leonardo ordenó a Marcello para que se hiciera cargo del sepelio de su hermano, sentado sobre un trozo de madera se esforzaba para continuar con su venganza, pero las palabras de Mario irrumpían en su cabeza.
«Mario solo se aprovechó del momento para burlarse de mí y así darle tiempo a Matteo para que se preparara ante mi visita, Elena murió, lo vi con mis propios ojos», pensó.
—¿Y si lo que sucedió en Nueva York no fue una simple alucinación? —espetó entre murmullos.
Leonardo llamó a su hombre de confianza, por más que quería, no podía continuar, aquella duda en su interior no le permitiría estar tranquilo el resto de su vida.
—Hay cambio de planes —Marcello frunció el ceño.
—¿Cambio de planes, a qué te refieres señor? —Leonardo apretó los labios.
—Iremos a Nueva York, buscaremos de manera exhaustiva a mi esposa —Marcello exhaló.
—Señor, lo que dijo Mario solo fue para fastidiarte, los dos vimos cuando tu esposa y tu hija se desvanecieron entre las llamas, Mario siempre fue odioso