Roma/Italia
Elena lo miró sin comprender nada, el rostro inexpresivo de Leonardo la aterraba en ese momento mucho más de la cuenta. La tristeza que sentía se vio nublada por el temor.
—¿Te envió mi padre, verdad? —ella preguntó entre titubeos.
Él la miró fijamente tratando de descifrarla. Se veía mal, su rostro mostraba como si llevara llorando una eternidad y sus labios temblaban como si una corriente de aire la golpeara con fuerza.
—Responde, estabas en el hospital. Estabas a la misma hora que yo en el hospital y ahora estás aquí. ¿Te envió mi padre para hacer que me deshaga de mi hijo? —Leonardo comenzó a reír.
—¿Así que crees que me envió tu padre? no vine por él —Leonardo respondió—. No estoy aquí por él, estoy aquí por ti.
Ella abrió sus ojos completamente sorprendida. Un hombre como él, buscándola… eso era algo que no esperaba.
—El bebé que estás llevando en tu vientre es mío —soltó Leonardo sin emoción alguna.
Ella soltó una risa nerviosa, creyendo que era eso una mala broma. Sin embargo, la seriedad de Leonardo le indicó que no era una broma.
—No puede ser verdad, yo me embaracé por inseminación artificial. Ni siquiera tuve contacto contigo, ¿cómo me voy a embarazar de ti? —ella habló con rapidez, tratando de hacerle entender.
—El esperma que te pusieron es mío… Mira lo que menos quiero es tener hijos con alguien que no conozco, perfectamente puedo encargarme de ti y desaparecerte, acabar con tu vida y con cualquier rastro que quede de mi hijo en ti. —Ella abrió los ojos asustada ante lo que escuchaba.
—Pero eso no puede ser posible, yo me encargué de que todo saliera bien, me encargué de que el donante fuera extranjero y que nunca tuviera contacto conmigo —ella explicó.
No obstante, Leonardo en lugar de darle la razón, se mantenía en su postura.
—Pero cometieron un error. Ahora estás embarazada de mí. Y solo por eso, tendré piedad, al menos si haces lo que te pido. Quiero que te quedes cerca de mí, protegeré a ese bebé y tú estarás cerca en secreto. Nadie puede enterarse de lo que pasó. Cuando el bebé nazca, seguirás con tu vida y dejarás a ese niño conmigo.
—No, yo no haré eso. Más te vale que te vayas y no regreses. Llamaré a la policía y les diré que eres un loco que te quieres robar a mi bebé —ella habló agitada.
Leonardo comenzó a reír y negó con su cabeza.
—¿Crees que te estoy preguntando si lo quieres hacer o no? Elena… ¿verdad, así te llamas? Elena Lombardo. —Ella tensó su cuerpo—. No te estoy pidiendo un favor, te estoy dando una orden.
—Pues no lo voy a hacer, no iré contigo a ningún lado y tampoco voy a entregar a mi bebé a un loco.
—¿Prefieres qué hagamos las cosas de otro modo? si no haces lo que te pido, tu mamá… tu enferma madre asumirá las consecuencias de tus malas decisiones, ella pagará por no obedecerme.
—Con mi madre no te metas —gruñó.
—Tengo toda la información de tu vida, de tus rutinas. Se quienes son tus padres, se en donde trabajas y hasta sé que comes a cada maldita hora. Así que si no haces lo que te pido, le haré daño a tu madre —dijo él mientras la arrinconaba contra la pared.
Elena sintió temor ante sus amenazas, su pecho subió y bajó con rapidez. Esto no podía estarle pasando.
Ella lo empujó, necesitaba deshacerse de él, corrió con fuerza directo hasta el mesón de la cocina para llamar a la policía, pero antes de que sus manos pudieran tocar el frío mármol, ella cayó al suelo.
Leonardo desde atrás vio como ella cayó luego de ser golpeada estratégicamente para que perdiera la consciencia.
Él no tenía tiempo para perder, levantó a Elena en sus brazos y luego de darle una mirada fugaz la sacó de allí.