Un error fatal

Elena tomó asiento en la sala de preparación, se encontraba emocionada y al mismo tiempo nerviosa, los minutos transcurrían de la manera más lenta posible, mientras esperaba allí no podía olvidar el rostro de aquel hombre, Elena dibujó una sonrisa en su rostro.

En la misma habitación de Elena se encontraba la esposa de Leonardo, quien solo podía imaginar lo que sucedería con su esposo una vez que su padre se enterara sobre todo lo que él le había hecho pasar.

—Elena Lombardo.

—Sí, soy yo —respondió Elena.

—Por favor pase —indicó la enfermera.

Nerviosa se levantó Elena de la silla y fue atrás de la enfermera, estaba a pocos minutos de ser madre y nunca más volvería a estar sola.

Y no solo eso, si no que también se encargaría de que ese ser que iba a crecer en su vientre recibiera mucho amor y no le faltara como a ella.

Un par de horas más tarde Elena salió con una emoción genuina, todo había salido tal y como lo había planeado, estaba embarazada y eso le hacía la mujer más feliz.

Finalmente iba a formar la familia que tanto deseaba, no le importaba que fuera ella y un pequeño a su lado nada más, de lo que sí estaba convencida era que a ese bebé no le haría falta nada, se lo daría todo, incluyendo su amor y su atención.

Nápoles/Italia.

Días más tarde.

Leonardo estaba revisando la computadora al ver los números de su última entrega. De una u otra manera la alianza con sus enemigos le había funcionado para incrementar sus socios y clientes.

Él levantó la cabeza cuando su hombre de confianza llamó a la puerta, antes de que dijera una sola palabra, en su rostro pudo notar que traía malas noticias.

—Señor, he recibido una llamada desde Roma, más específicamente del hospital donde le hicieron la inseminación artificial a su esposa —comentó con un tono de voz suave logrando llamar la atención de su jefe.

—¿Qué sucedió?, ve directo al grano y no te andes con rodeos —ordenó con aquel tono de voz desafiante que causaba intimidación en sus hombres.

—Ha ocurrido un error —Leonardo frunció el ceño fijando su fulminante mirada en él.

—¿Un error?, ¿a qué te refieres? —cuestionó con cara de molestia.

Los errores en su vida no estaban permitidos, no era algo que le gustaba pasar por alto.

—Así es señor, en el momento de la inseminación otra mujer recibió su esperma —informó su hombre de confianza con temor ante la respuesta de su jefe.

Aquellas palabras enmudecieron a Leonardo, retrocedió su cuerpo fijando la espalda en la silla mientras buscaba pensar con claridad, necesitaba encontrar una solución no más antes posible, antes de que la familia de su esposa se enterara y una tragedia fuera inevitable.

—¿Estás seguro de lo que has dicho? —cuestionó Leonardo.

—Así es, confirmé la información antes de venir con usted.

Leonardo apretó los puños con fuerza, sintiendo como la rabia crecía por su cuerpo queriendo castigar al culpable.

—Prepara todo, saldremos de viaje, iremos a acabar con quien se equivocó y desde luego con quien tiene a mi hijo —ordenó Leonardo a su hombre de confianza.

Roma/Italia

Leonardo junto con su hombre de confianza y otros cuantos más se dirigieron al hospital donde había iniciado aquel momento desafortunado para él y su familia, sin tomarse la molestia de llamar a la puerta Leonardo irrumpió en el consultorio del doctor acompañado de sus hombres.

—¿Quiénes son ustedes y qué hacen aquí sin tener autorización?

Cuestionó el doctor fijando la mirada en Leonardo mostrando cara de preocupación al observar aquel aspecto de rufián y con cara de pocos amigos.

—Les pregunté algo —dijo el médico llevando su mano al teléfono.

Leonardo camino directo a donde se encontraba el doctor, dobló la cintura y recostó las manos sobre el escritorio, levemente levantó la mirada y la conectó con la suya, fácilmente se podía notar que el miedo se estaba apoderando del doctor.

—He venido a solucionar el error que usted ha cometido —el doctor con el cuerpo tembloroso negó, en su cara mostraba no tener conocimiento de las palabras que salían de la boca de Leonardo.

—¿Error, a qué se refiere?

—Así es, ha colocado mi esperma en una mujer diferente a la que lo debía recibir, así que necesito que colabore conmigo.

El doctor intentó hablar, pero Leonardo colocó los dedos sobre sus labios impidiendo que lo hiciera.

—Estoy agotado, no tengo paciencia, así que necesito que pongas de su parte, quiero que me dé todos los datos de aquella mujer y procure no demorarse —ordenó.

—Lo que me está pidiendo es imposible, los datos de las pacientes son privados, por más que necesite esa información no puedo burlar la privacidad de las personas que han puesto su confianza en nosotros —Leonardo gruñó.

—Escúcheme bien, lo hará, no pienso repetirlo, si no me da la información que necesito lo único que van a poner de ahora en adelante serán flores sobre su tumba.

El doctor levemente llevó la mirada directo a los hombres que se encontraban atrás de Leonardo, apretó los labios y acomodó sus lentes, a la fuerza comenzó a digitar en el teclado mientras que sus manos no paraban de temblar.

Pocos minutos después Leonardo tenía en sus manos la información detallada de la mujer que había recibido su esperma, sus ojos se abrieron de golpe al llegar un pequeño flashback una vez leyó el nombre de la misma mujer con la que se había cruzado el día de la inseminación.

Leonardo salió de aquel hospital con un único destino: encontrar a Elena y hacer lo que creía correcto para no poner en riesgo la unión de su familia con la de su esposa, y continuar con sus planes.

Roma/ Italia

Elena puso la mano en su rostro cuando sintió la bofetada de su padre. Sus ojos se cristalizaron queriendo sus lágrimas salir, nunca él la había apoyado, y aunque había recibido su advertencia horas antes de la inseminación, creyó que su enojo se le pasaría a lo largo de los días.

—Me enteré que la inseminación fue todo un éxito… ¿En verdad creíste que esto se iba a quedar así? —el hombre gruñó con rabia.

Elena se estremeció de coraje, quería responder como en verdad lo merecía, pero por respeto se contuvo.

—Es mi vida, no tengo porque preguntarte que puedo hacer con ella, y menos después de todo lo que has hecho para mantenerte lejos de mi —Elena habló con la voz entrecortada.

Elena se estremeció de coraje, quería responder como en verdad lo merecía, pero por respeto se contuvo.

—Es mi vida, no tengo porque preguntarte que puedo hacer con ella, y menos después de todo lo que has hecho para mantenerte lejos de mi —Elena habló con la voz entrecortada.

—Claro que debes, te recuerdo que llevas mi apellido. Y no solo eso, trabajas en mi empresa. Los rumores que se van a crear debido a esto nos van a arruinar te lo advertí y tú serás la culpable —reclamó entre gruñidos.

—No me importa que yo sea la culpable si con eso soy feliz.

Ella respiró con fuerza tragándose el enojo que la estaba consumiendo.

—¿Nunca te has puesto a pensar si soy feliz o no?, soy tu hija, escuchaste muy bien, tu hija no tu títere.

Las lágrimas rodaron por las mejillas de Elena, estaba dolida creyendo que en verdad iba a recibir un apoyo por la única persona que supuestamente debería alegrarse, pero estaba perdidamente equivocada.

—Nunca te ha importado si soy feliz o me siento cómoda con la vida que llevo, solo te importa que tu prometida esté bien sin importar que me humille y me haga daño las veces que quiera, siempre te haces de la vista gorda para no aceptar la clase de mujer que ella es —habló con la voz entrecortada desbaratando el nudo de su garganta.

—Deja de victimizarte —respondió bufando—. Has tenido todo lo que quieres en la vida, esto lo estás haciendo para fastidiarme nada más.

—No todo… Lo que quiero en estos momentos es ser madre y cuidar a mi bebé, sin importar que no estés de acuerdo lo haré —una risa burlona salió de su padre.

—¡Eres una malagradecida! Más te vale que te deshagas de ese bebé, porque si no lo haces, no recibirás ni un solo centavo de mi herencia, te lo juro —advirtió y se fue dejándola sin palabra alguna en su boca.

Elena salió de ahí y caminó fuera de la empresa con su corazón destrozado, mientras apoyaba las manos en su abdomen.

Su corazón estaba dolido, no contaba con el apoyo de nadie y aunque en el fondo sabía que eso podía pasar, se sentía mal al estar tan sola. 

Ella se sentó sobre un pequeño muro, ya no podía más con la presión sobre su pecho. Las emociones en su estado y todo lo que pasaba a su alrededor hicieron que llorara sin poder evitarlo.

Luego de que Elena se desahogó, una mezcla de felicidad y tristeza había en su corazón en aquel momento.

A unos cuantos metros, Leonardo se encontraba esperando dentro del auto el mejor momento para poder atacar a Elena, la observaba detallando cada movimiento, cada expresión en su rostro.

Al llegar a su casa, ella se lanzó sobre el sofá a llorar, no podía creer las palabras de su padre hacia ella. De pronto alguien tocó la puerta, ella se puso de pie y abrió. Cuando vio a Leonardo allí enmudeció.

 Él ingresó sin pedir permiso alguno, no sin antes jalarla hasta arrinconarla a la pared.

El roce de sus cuerpos hicieron que Elena sintiera que su existencia estaba a punto de terminar, colocó las manos sobre su vientre y se preparó para lo peor, mientras conectó la mirada con Leonardo, su respiración era fuerte y su aliento golpeaba contra su rostro sintiendo nuevamente que estaba dentro del ascensor.

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