Su propiedad

Nápoles/Italia.

Los ojos de Elena lentamente se abrieron, llevó sus dos manos a la cabeza, estaba aturdida, su mirada se espantó al observar a su alrededor, estaba en un lugar diferente, le costaba recordar lo que le había sucedido. 

Con fuerza se levantó de la cama, con las piernas temblorosas se acercó a la puerta e intentó abrir, pero la puerta se encontraba con seguro, intentó forcejear pero de nada le sirvió, se dio vuelta y caminó a la ventana. 

«¿Dónde me encuentro, qué ha sucedido conmigo?», se preguntó a sí misma.

Al fijar la mirada en la ventana su cuerpo se estremeció, viéndose forzada a sostenerse de una pequeña mesa para no caer; no estaba en casa, nunca había observado aquella imagen que sus ojos proyectaban.

Llevó la mirada de regreso a la habitación, todo allí se encontraba en su lugar, los lujos estaban por doquier, lentamente colocó las manos sobre su vientre preocupándose por su hijo, el corazón palpitaba con fuerza y su respiración no se quería controlar. 

Dando pasos largos se lanzó a la cama buscando rastros de aquella tragedia que no quería llegar a pensar, pero para su fortuna las sábanas estaban limpias, y su cuerpo, su cuerpo estaba intacto. 

Se sentó en el borde de la cama, estiró el brazo y tomó un vaso con agua, luego de dar unos cuantos sorbos Elena se recuperó, sus dedos entrelazaron con su cabellera buscando recordar lo sucedido, un leve dolor en su cabeza hizo que las dudas se aclararan.

Elena se levantó y nuevamente se acercó a la puerta, con las pocas fuerzas comenzó a golpear la puerta, su respiración era cada vez más agitada, el temor la estaba consumiendo.

—¡Ayuda, por favor que alguien venga, alguien me ha dejado aquí, necesito salir... ¡Tengo miedo de estar en este lugar, quiero salir por favor, no sé por cuanto más logre soportar este encierro antes de que me desmaye! —gritó Elena suplicando por ayuda.

Elena recostó la frente sobre la puerta, sus gritos pasaron a ser simples susurros, el aire en sus pulmones se agotaba, la situación que estaba viviendo había pasado a ser una de sus peores experiencias.

—¡El hombre que dice ser el padre de mi hijo es el responsable! —exclamó Elena con seguridad llevando sus dos manos sobre su vientre—. Si no salgo de este lugar una tragedia caerá sobre mí, es obvio que él quiere acabar con el bebé que crece en mi vientre y luego acabará con mi vida. 

Elena continuó insistiendo en pedir ayuda, sus gritos se debilitaban siendo cada vez más descargadores, pero no se daba por vencida; la vida del bebé que crecía en su vientre era más importante para ella que cualquier otra cosa.

Elena se había llenado de valor como nunca antes en toda su vida, en su cabeza únicamente había un motivo para luchar y ese era poner a salvo a su bebé.

De repente un sonido agudo de unas llaves se acercaron a la puerta, dando pasos cortos Elena comenzó a retroceder, su rostro pálido mostraba lo mal que la estaba pasando, la puerta lentamente se abrió.

Elena soltó un corto y tembloroso jadeo mientras que sus ojos se espantaron al observar al mismo hombre que había irrumpido en su sala, el rostro de Leonardo era firme, aquella mirada fría y despiadada golpeó de frente contra ella.

Leonardo entró, su presencia sombría causaba terror en ella, la boca de Elena se secó, su corazón quería salir de su pecho, todo su cuerpo actuaba independiente a su cerebro, el cual trataba de ordenar a pesar de la presión en la que se encontraba, estaba en la apuros, era vulnerable e indefensa, ella lo sabía.

—Por favor no nos hagas daño —suplicó con la voz entrecortada. 

Leonardo pasó por alto su petición y continuó avanzando hasta que la espalda de Elena se recostó sobre la fría pared; al acortar la distancia Elena se sintió atemorizada ante la manera en que la observaba. 

En la mirada de Leonardo había una mezcla de furia e intriga, era un hombre difícil de descifrar, su presencia y su manera de actuar causaba en Elena que sintiera que su fin y el del bebé que se encontraba en su vientre había llegado. 

—Por favor déjame ir —pidió Elena con un tono de voz delgado y débil—. Has perdido la cabeza al pensar que puedes hacer conmigo lo que se te plazca, no soy un animal al cual puedes encerrar en esta habitación.

Leonardo levemente levantó el brazo y colocó los dedos sobre sus labios impidiendo que continuara. Elena negó moviendo su cabeza, a pesar del temor que había en ella había una pizca de valor en su interior. 

—Déjame ir, porque de lo contrario haré que termines en prisión, no logras imaginar el alcance que tiene el apellido de mi familia —Leonardo gruñó.

—No irás a ningún lugar, a partir de ahora este será tu nuevo hogar, aquí estarás hasta que mi hijo nazca, luego de ello serás libre, solo si a mí se me da la gana que así sea —impuso Leonardo con arrogancia. 

—No tienes ningún derecho sobre mí, no eres nadie para obligarme a quedarme en este lugar  —respondió Elena desafiando a Leonardo. 

—Desde que llevas a mi hijo en tu vientre me perteneces, puedo hacer contigo lo que se me plazca, por ahora estarás aquí lo quieras o no esa es mi orden —ante aquellas palabras Elena se estremeció de coraje.

Elena cerró los puños con fuerza, durante toda su vida solo había tenido que callar y hacer lo que los demás quisieran, pero en esta ocasión ella no estaba dispuesta a someterse a las órdenes de Leonardo, y más si se trataba de su hijo. 

Elena llevó la mirada hacia la puerta, era la clara oportunidad de poder escapar, sin pensarlo dos veces intentó hacerlo, pero Leonardo la tomó con fuerza de los brazos impidiendo que lo pudiera conseguir; en medio de un forcejeo Elena logró liberar uno de sus brazos y le propinó una fuerte bofetada. 

—¡Basta! —le ordenó alzando el tono de su voz.

Leonardo la sostuvo nuevamente de los brazos, sacudió su cuerpo como si fuese un pequeño objeto, él mantuvo el ceño fruncido y la mandíbula tensa, mientras que ella lo observaba con temor. 

—Te quedarás aquí, esta es mi última palabra, espero que te sepas comportar, y recuerda muy bien que si vuelves a atreverte en golpearme haré que te arrepientas por el resto de tu vida, porque te juro que en una próxima ocasión no seré piadoso contigo —advirtió.

Leonardo se dio vuelta y salió de la habitación colocándo nuevamente seguro en la puerta; Elena se lanzó sobre la cama, con las manos apretó con fuerza las sábanas rompiendo en llanto ante la tétrica situación que estaba viviendo.

Lo único que ella quería era cerrar los ojos y despertar nuevamente en su habitación lejos de aquella horrible pesadilla que Leonardo había impuesto sobre ella. 

*Espero les guste la historia, no olviden comentar*

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