En el hospital de Potsdam, la penumbra del cuarto apenas era quebrada por el zumbido constante de los monitores. Las cortinas cerradas filtraban la luz matinal en tonos grises, como si incluso el sol dudara en entrar.
Logan parpadeó, sus párpados pesados como plomo. La máscara de oxígeno le dificultaba hablar, pero aun así sus labios se movieron con esfuerzo.
—Sophie… —susurró, su voz apenas un eco de lo que había sido—. ¿Liam… está bien?
Sophie, sentada junto a la cama, se inclinó de inmediato, sujetando su mano con las dos suyas, como si pudiera anclarlo al mundo solo con su contacto. Su pulgar acarició con ternura la piel rugosa de su palma, aún manchada por la batalla.
—Está luchando —dijo, obligándose a mantener la voz firme, aunque una lágrima le resbaló por la mejilla—. Como tú. Pero lo salvaremos, Logan. Te lo prometo.
No le habló del coma, del monitor cerebral que mostraba un patrón anómalo, ni del miedo de Marcus al decir que era como si Liam estuviera atrapado en una mente