En el piso franco de Potsdam, el médico trabajaba con manos firmes pero aceleradas, su frente perlada de sudor a pesar del aire fresco que se colaba por una ventana entreabierta. El quirófano improvisado olía a desinfectante, sangre y metal. Las luces halógenas parpadeaban tenuemente, como si también dudaran de que Logan sobreviviera.
Sophie, sentada junto a la camilla, no apartaba la vista del rostro pálido de Logan. Sus dedos temblaban mientras le sostenía la mano, aferrándose como si con eso pudiera evitar que se deslizara al abismo.
—No te dejaré ir… —murmuró, apenas audible, como si temiera romper el delgado hilo que aún lo mantenía con vida. Sus labios temblaban, y sus ojos brillaban con lágrimas contenidas.
El médico —un hombre mayor, de rostro curtido y voz áspera— ni siquiera levantó la vista mientras hablaba.
—Tiene hemorragia interna. Necesita cirugía urgente… ahora. Pero en su estado… —Hizo una pausa, tragando en seco—. El riesgo es altísimo.
Sophie apretó los labios, cont