Sophie se quedó allí, a tan solo unos pasos de Juliana, la tensión electrificando el aire entre ellas. Los ojos de Sophie se mantenían firmes, pero sus manos temblaban ligeramente, como si no pudiera soportar el peso de la decisión que acababa de tomar. Las palabras de Juliana retumbaban en su cabeza: “Si vienes conmigo… ellos se van.”
Cada respiración era un recordatorio de lo que estaba en juego. Sus hijos. Su vida. El amor que había sido tan inocente, tan puro, y que ahora se desvanecía lentamente, bajo la amenaza del delirio de otra mujer.
—Sophie... —la voz de Logan era un susurro quebrado, una súplica rota que le pedía que no siguiera adelante.
Pero Sophie no lo miró. No podía. Si lo hacía, si veía la desesperación en sus ojos, podría haber vacilado. Y en ese momento, vacilar no era una opción. No mientras sus hijos estuvieran dentro del coche, atrapados en esa pesadilla.
El sonido de la ventanilla bajando fue como un latigazo. El metal raspando el aire, dejando que un susurro de