En Londres, Sophie había llegado a un exclusivo salón de Mayfair, donde supuestos inversionistas esperaban con la promesa de rescatar Evans Studio del colapso. Era una estrategia arriesgada, una fachada cuidadosamente construida para mantener la operatividad de la empresa mientras ella ganaba tiempo para su siguiente movimiento contra La Cúpula. Pero en cuanto cruzó el umbral, supo que algo iba mal.
El lugar estaba en penumbra, iluminado solo por la luz tenue de lámparas antiguas. Los “inversionistas” no hablaron. Ni un saludo, ni un apretón de manos. Sus rostros estaban medio ocultos, sus miradas demasiado fijas. Un escalofrío recorrió la columna de Sophie.
—Esto no es una reunión —murmuró, dando un paso atrás.
Demasiado tarde.
Un pinchazo. Una aguja en su cuello. Intentó gritar, pero la fuerza abandonó su cuerpo. El suelo pareció deslizarse bajo sus pies. La voz de alguien —grave, sin rostro— se desvanecía en una bruma química que la arrastró hacia la oscuridad.
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Despertó con