El Segundo Belmont
La casa de seguridad en las afueras de Oxford estaba sumida en un silencio tenso, apenas roto por el zumbido persistente de los monitores de vigilancia y el chasquido ocasional del viento contra las ventanas. Las paredes, gruesas y reforzadas, ofrecían una ilusión de seguridad que ya no convencía a Logan.
Sophie se había marchado a Londres esa mañana, presionada por una reunión crucial con inversionistas. Era un intento desesperado por mantener a flote Evans Studio, tras la debacle de la licitación japonesa y la amenaza latente de los gemelos Cruz. Logan, ahora solo con los trillizos y el equipo de Marcus, se encontraba en el despacho del refugio, rodeado de pantallas y documentos, con el rostro demacrado y el ceño marcado por noches de insomnio.
Tenía los datos de Victor abiertos frente a él: gráficos de transferencias, nombres codificados, rutas financieras… y un solo mensaje, recibido esa mañana, que le había helado la sangre.
“Encontré registros en los archivos