Logan, mientras tanto, estaba al borde del colapso.
Desde su confrontación con Edward, su padre, y la devastadora revelación de que era Alpha-3, los sueños se habían intensificado. Ya no eran solo flashes de quirófanos blancos y agujas atravesando su piel. Ahora venían acompañados de voces. Voces que murmuraban en idiomas que reconocía vagamente, que daban órdenes imposibles de entender pero que su cuerpo, en los sueños, obedecía sin cuestionar.
Esa mañana, durante la búsqueda frenética de Alex, había tenido un nuevo lapso. Por unos angustiosos minutos, no recordaba dónde estaba ni por qué corría por el bosque. No reconocía el sonido de su propio nombre, ni siquiera el aire que respiraba. Solo cuando la voz de Sophie, quebrada por el miedo, lo alcanzó, pudo regresar a sí mismo.
Ahora, en el garaje, solo, con el sudor frío pegándole la camiseta al cuerpo, Logan se apoyó contra el banco de herramientas y sacó un pequeño espejo del cajón. Lo sostuvo frente a su rostro con dedos tembloros