La tormenta afuera era implacable. La cabaña, alejada de la ciudad y de la furia mediática, se convirtió en su refugio. Sophie había llegado primero, con los niños dormidos en sus brazos, buscando un lugar donde el dolor pudiera ser olvidado por unos momentos. La sensación de estar a solas con ella misma y con los recuerdos más felices de su vida la calmaba.
Logan llegó al anochecer, su rostro cansado pero lleno de determinación. La mirada que cruzó con Sophie fue intensa. Había mucho que decir, pero las palabras ya no importaban.
Sophie lo miró, con el corazón acelerado, el alma llena de todo lo que había soportado. No dijo nada. Solo lo miró. Y él entendió. Sin decir una palabra. Logan se acercó a Sophie, sus pasos firmes, su presencia un refugio que desafiaba la tormenta que rugía afuera. La abrazó, sus brazos envolviéndola con una fuerza protectora, como si fuera la única cosa que aún tenía sentido en un mundo al borde del colapso. Sus manos tocaron su rostro con una suavidad que p