Nicole salió del despacho justo cuando Neta-lee estaba a unos pasos de la puerta. Llevaba la nariz obstruida con dos tapones de papel higiénico y una sonrisa satisfecha que se extendía por sus labios enrojecidos. Con un gesto descarado, se limpió las comisuras de la boca con los dedos, dejando entrever una actitud provocadora. La mancha de sangre en su blusa era evidente, pero su rostro estaba impecable, como si quisiera borrar cualquier rastro de vulnerabilidad.
Neta-lee apretó los dientes, sintiendo cómo la rabia se acumulaba en su pecho. Al pasar junto a Nicole, le tomó el brazo con fuerza, sus dedos clavándose en la piel como una advertencia silenciosa. La miró con todo el odio que podía reunir, pero la sonrisa de superioridad de Nicole permaneció intacta, desafiándola con su insolencia.
—¡Señorita Saint-Rose! —gritó Demien desde el interior del despacho, su voz cargada de impaciencia.
Con un esfuerzo de voluntad, Neta-lee soltó el brazo de Nicole, pero no sin violencia. La empujó al pasar, dejando claro que no estaba dispuesta a tolerarla más. Sabía que la batalla que le esperaba con su jefe sería complicada, quizás imposible, pero había llegado al límite. Había soportado robos, mentiras y un lenguaje inapropiado por parte de Nicole Pinnock, pero ver cómo maltrataba a Noah había sido la gota que colmó el vaso. Podía lidiar con muchas cosas, pero aquella barbaridad era inaceptable.
Cerró la puerta tras de sí y avanzó hacia el imponente escritorio de cristal que dominaba la habitación. Sus pasos se detuvieron justo frente a Demien, quien la observaba con una dureza implacable. Con ambos codos apoyados sobre la superficie de la mesa y los dedos entrelazados formando un triángulo, su postura irradiaba autoridad. Sus ojos grises, translúcidos y fríos como el hielo, se clavaron en Neta-lee, como si quisieran congelarla en su lugar.
—Tome asiento —ordenó Demien tras un largo silencio, su voz cortante como el filo de un cuchillo.
Neta-lee obedeció, pero mantuvo su mirada fija en él. Esta vez no iba a agachar la cabeza. Si iba a ser reprendida, se defendería; había demasiadas verdades que necesitaban ser dichas.
—Su comportamiento, señorita Saint-Rose, es inaceptable en todos los niveles —comenzó Demien, su tono seco y autoritario mientras bajaba las manos al escritorio—. Ha sido insubordinada —continuó, elevando el volumen de su voz con cada palabra—; ha atacado a la señorita Pinnock sin justificación y, además, ha desobedecido mi autoridad en esta casa, pidiendo a los agentes de seguridad que invadan su propiedad privada en múltiples ocasiones. La ha insultado, maltratado y puesto en peligro a mi hijo en el proceso.
Neta-lee apretó las manos sobre su regazo, sintiendo cómo la rabia y la frustración se acumulaban en su pecho. Esa maldita mujer había vuelto las cosas a su favor, manipulando la situación con su habitual teatralidad.
—Lo que…
—¡Sin pretextos! —exclamó Demien, alzando la mano en un gesto que cortó cualquier intento de réplica—. Las declaraciones de la señorita Pinnock son contundentes, y no me interesan excusas absurdas.
Neta-lee asintió con rigidez, apretando los dientes mientras tomaba una pequeña inspiración para calmarse. Cuando habló, su voz salió fuerte, firme y cargada de determinación.
—Sí, la ataqué —concedió, enfrentando la mirada helada de Demien—. Pero solo porque la encontré maltratando a Noah.
—Ella señaló que le estaba corrigiendo. Es su trabajo, no el suyo.
—¿Golpeándolo? ¿Tirándolo al piso y burlándose de él? —replicó Neta-lee, alzando un poco la voz, enardecida—. No creo que la señorita Pinnock solo le estuviera corrigiendo. Ella le pegó frente a mis ojos, lo insultó y, incluso cuando me vio, no tuvo la decencia de disculparse.
—Usted la agredió —señaló Demien con aspereza, su tono implacable.
—Y ella a mí —respondió Neta-lee, plantándole cara sin titubear—. Y sobre las otras acusaciones, sancióneme si quiere, pero no es la única infracción que esa mujer ha cometido en esta casa.
—Invadió propiedad privada, ordenó que registraran las pertenencias de la señorita Pinnock, y la sometió a un trato humillante e injustificado —reiteró con voz brutalmente cortante—. Además, pasó sobre mi autoridad en esta casa. ¿De verdad cree que puede actuar de esa manera sin consecuencias?
¿Es que ese hombre no escuchaba? Neta-lee sintió como la furia se encendía en su interior. ¡Esa mujer había golpeado a su hijo y él la estaba defendiendo! Era inadmisible. Con cada palabra, el poco respeto que Neta-lee alguna vez tuvo por Demien como padre se estaba desmoronando.
—¡La señorita Pinnock es una ladrona! —exclamó, sus nervios al límite y su voz cargada de violencia reprimida—. La hallé robando artículos de plata del antiguo cuarto de la señora Vincent. Por eso pedí que comenzaran a revisar sus cosas antes de que se marchara.
Las palabras de Neta-lee descompusieron la máscara de enfado de Demien, reemplazándola con sorpresa.
—Se dedica a hablar de sexo y alcohol frente a Noah —continuó, su voz teñida de rabia—. No hablaba con su familia, como dijo, sino con sus amigas. ¿Cree que es apropiado que un niño de seis años escuche que se mete por la vagina su niñera? ¿O qué clase de drogas utiliza? ¡O mejor aún! ¿Le parece bien que él sepa con cuántos hombres y mujeres se acuesta esa mujer por noche? ¿O cuánta fue la cuota de penes que chupó el día anterior?
—¡Paso sobre mi autoridad! —gritó Demien, inclinándose sobre el escritorio, su postura amenazadora mientras intentaba recuperar el control.
¡Esto era ridículo! ¿De verdad él estaba ignorando la gravedad del asunto?
—¡Actué como consideré necesario! —replicó Neta-lee, su voz firme y cargada de determinación—. No iba a quedarme de brazos cruzados mientras esa mujer maltrataba a su hijo. Alguien tenía que ponerle un alto, y lo hice.
Su mirada desafiante se clavó en la de Demien, enfrentándolo con una frialdad cortante.
—No puedo permitir que traten mal a Noah. No mientras pueda interferir —añadió, su tono más bajo, pero igual de contundente.
—Usted aquí es solo una empleada, señorita Saint-Rose. No se olvide de ese detalle —espetó Demien, su voz impregnada de desprecio—. Lo que haga o deje de hacer con mi hijo es mi maldito problema. ¿Queda claro?
Neta-lee apretó los dientes con tal fuerza que el dolor comenzó a propagarse por su mandíbula. La tensión acumulada en su cuerpo era insoportable, y las palabras llenas de rabia se atascaron en su garganta en un nudo doloroso.
Ese hombre hosco no escuchaba razones, su maldita autoridad parecía importarle más que el bienestar de su hijo. ¡Era un malnacido! E incluso era peor que Nicole. Porque él, como padre, debería haber sido el refugio y la defensa de Noah, el único dispuesto a protegerlo frente al peligro. Pero en lugar de cumplir ese papel, había decidido ignorar lo evidente y respaldar lo indefendible.
Neta-lee contuvo el impulso de dejar salir su furia. Si no estuviera bajo las órdenes de Demien y si no tuviera tanto que perder, habría respondido de una manera que él no olvidaría jamás.
Tragó con fuerza, sintiendo cómo las lágrimas de frustración amenazaban con brotar. Se levantó, apretando los labios en una mueca de control. Caminó con rapidez hacia la salida, escapando de las barbaridades que sabía que podía decir o hacer si permanecía un segundo más.
—Ya puede retirarse —dijo Demien con aspereza cuando ella ya estaba llegando a la puerta.
Neta-lee se detuvo, giró sobre sus talones y lo enfrentó con indiferencia.
—Lo que usted diga, señor Vincent —respondió, su voz cargada de sarcasmo.
Esbozó la más dulce y falsa de las sonrisas, y abrió la puerta de un tirón.
Nicole estaba al otro lado, sentada en su mesa de trabajo frente a la puerta. La sonrisa hipócrita que adornaba su rostro tenía un matiz de triunfo que prendió fuego al temple de Neta-lee. Cuando Demien gritó su nombre desde el despacho, Nicole se levantó con una exagerada lentitud, ajustándose la falda de forma descarada antes de caminar con un aire de suficiencia hacia la puerta.
Neta-lee no pudo contenerse. Mientras Nicole pasaba por su lado, la detuvo del brazo y lo apretó con fuerza, sus dedos clavándose como una advertencia silenciosa.
—Acércate a Noah una vez más —susurró, su voz cargada de amenaza—, hazle daño otra vez y créeme, Nicole, te partiré la cara de zorra, te cortaré los dedos uno por uno y te los meteré por la garganta. Hazlo. Hazle daño y me haré cargo de que en tu maldita vida vuelvas a ponerte de pie.
La soltó de repente, como si su piel quemara, y el sonido de la puerta cerrándose tras ella resonó en la habitación como un golpe final.
Frustrada, Neta-lee cerró los ojos con fuerza, tratando de contener el torrente de emociones que amenazaba con desbordarse. Pero no pudo evitar que las lágrimas encontraran su camino, deslizándose por sus mejillas, mezcla de rabia e impotencia.
No lo merecía. Él no lo merecía y jamás lo haría. Era demasiado frío para la calidez de ese niño.
Ese hombre no merecía la alegría que Noah irradiaba. Ignoraba, alejaba y abandonaba a su hijo, permitiendo además que mujeres como Nicole Pinnock lo hirieran. Un sollozo se escapó de sus labios, y mordió su labio inferior en un intento desesperado por controlar su dolor.
Con una mano temblorosa, se cubrió la boca, mientras que la otra buscaba apoyo en el borde de su escritorio. Todo en ella temblaba.
Era injusto… tan malditamente injusto.
¿Cómo podía la vida permitir que quienes no lo merecían fueran padres, mientras aquellos que estaban dispuestos a dar amor verdadero y comprensión se quedaban en el vacío? Era una crueldad que no podía entender ni aceptar. Demien nunca lo mereció. No ahora, ni nunca.
Inspiró profundamente, llenando sus pulmones de aire en un esfuerzo por recobrar la calma. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano y limpió los rastros de emoción de su rostro. Sabía que no era más que una empleada en esa mansión. Pero también sabía que haría todo lo que estuviera en su poder para que Noah tuviera el cuidado que necesitaba y merecía. Incluso si eso significaba enfrentar a su maldito jefe una y otra vez.
Quince minutos después, ya completamente calmada, Neta-lee entró en la cocina. Stacy y Rosita la observaron con ansiedad, pero con un sencillo ademán de su mano les indicó que no hicieran preguntas por el momento. Al acercarse a Noah, le regaló su mejor sonrisa tranquilizadora, llena de ternura, y se sentó junto a él en la mesa.Noah la miraba con preocupación, sus ojos reflejaban una mezcla de tristeza y curiosidad. Neta-lee, decidida a cambiar esa expresión, comenzó a distraerlo con bromas juguetonas y palabras cálidas, hasta que logró que el niño entendiera que ella estaba bien.Stacy empezó a servirles la cena, y el incómodo silencio inicial comenzó a desvanecerse mientras Neta-lee animaba a Noah con bromas y gestos alegres. Poco a poco, logró que el niño se abriera y comenzara a hablar sobre lo que había aprendido con su profesor ese día. Las bromas chispeantes de Rosita y Stacy no tardaron en llenar la habitación, y en medio de risas compartidas, la cena se transformó en un momen
Al día siguiente, Neta-lee llegó temprano a casa de su hermana. Como la tía favorita e invitada predilecta —aunque, a veces, también esclava ocasional— tenía la misión de ayudar con los preparativos del cumpleaños de su sobrina. Con los demás invitados previstos para llegar por la tarde, pasó la mañana y buena parte del mediodía decorando el amplio jardín donde se llevaría a cabo la celebración.A pesar de las mil sonrisas fingidas y las bromas animadas que compartió con su sobrina y cuñado, su hermana mayor no le quitaba los ojos de encima. Por mucho que Neta-lee intentara disimular el torbellino de emociones que se arremolinaban en su interior, le era imposible ocultarlas.—¡Tía! —gritó Cassie desde la otra punta del jardín. La pequeña cargaba una caja enorme, tan grande que parecía que podría aplastarla de un momento a otro—. ¡Auxilio! ¡Ayúdame! ¡Esto pesa un montón!El corazón de Neta-lee dio un vuelco. Soltando lo que estaba haciendo, corrió hasta donde estaba su sobrina. Pero, al
Diana estaba más callada de lo habitual. Mientras Neta-lee hablaba animadamente de cualquier cosa que se le viniera a la mente, intentaba evitar a toda costa el tema que sabía que su hermana terminaría tocando. No quería hablar de ello, menos cuando luchaba por ocultar la preocupación y el zumbido constante en su pecho que le imploraba correr a ver a Noah.Se dedicó a llenar las pequeñas bolsas de dulces para los niños y niñas invitados a la fiesta, rodeada del agradable aroma a vainilla, mientras relataba una absurda historia sobre el primo Simón. La historia, que en realidad no tenía gracia alguna, la acompañó con risas fabricadas y sonrisas fingidas. Pero, por mucho que intentó aplazar el asunto, Diana terminó perdiendo la paciencia.—Ya sabes, mamá se puso como loca cuando...—Déjalo estar, Nate —la interrumpió Diana con seriedad—. Suelta de una vez lo que te tiene así y deja de fingir. No te queda nada bien.—No sé de qué hablas —contestó Neta-lee, despacio.La sonrisa se apagó en
Al día siguiente, Neta-lee seguía sin tener noticias de su malnacido jefe, y mucho menos sobre la amenaza de despido que colgaba sobre su cabeza.La única vaga información que había obtenido de Stacy, era que la llegada de Demien se retrasaría hasta el lunes por la tarde y no a primera hora. Lo cual había corroborado por medio de un escueto e-mail que había recibido poco después.Por ello, con el miedo vagando en su mente intentó contactar a Dante, quién era uno de los principales encargados de la seguridad de la familia Vincent, para poder sonsacarle información.Como era de esperarse, el hombre de pocas palabras apenas soltó prenda sobre la situación y, en cambio, solo le deseo buena suerte. Algo que, por supuesto, no había ayudado demasiado a Neta-lee a relajarse el resto de su día libre.***Cuando llegó el lunes, la incertidumbre podía con todo su sistema nervioso.No había miedo más profundo que ser despedida, principalmente ahora que sabía que Noah la quería.¿Qué sería de ella
Cuando dio la una de tarde, un tirón en el estómago le recordó que debía alimentarse.El día anterior apenas había probado bocado y esa mañana ni siquiera había pensado en desayunar por culpa de los nervios. Ahora, su cuerpo fatigado le pedía comida a gritos, por lo que luego de dar una última revisión a la bandeja de su correo electrónico y otro repaso rápido al móvil, se levantó y cogió la bolsa con delicias que Diana había enviado para Noah y también para las chicas de la cocina.Respiró profundo y, con todo el ánimo que pudo impregnar en su sistema, emprendió su camino a la cocina.A mitad de pasillo, se detuvo al escuchar su nombre.—¡Nate!El grito de júbilo y el sonido de los pasos apresurados detrás de ella, le hizo voltearse. Justo a tiempo para recibir un abrazo por la cintura que la hizo trastabillar medio paso atrás con tal de estabilizarse.Una sonrisa real y totalmente sincera se extendió en sus labios cuando bajó los ojos para mirar los del niño risueño que la abrazaba.
Los sonidos de la risa de Noah, la conversación de Rosita y Stacy y el saludo que ambas le dieron, fue suficiente para dejar el desagradable pensamiento de Darren, el chisme de Nicole y la mala imagen que tenían de ella, de lado.Anotó un recordatorio mental de hablar con Silas y Andrea antes de salir del trabajo sobre los chismes que Nicole había esparcido. De seguro había llegado alguno a sus oídos, más que mal no eran demasiados los empleados de esa mansión y la señorita Pinnock era de las que hablaban con todos con tal de obtener algo a cambio.—Niña querida, ¿qué tal la fiesta de cumpleaños? — preguntó Stacy, cuando Neta-lee se sentó en la barra de desayuno, al lado de Noah, para poder almorzar.El pequeño la miró con curiosidad ante la información de Stacy. Masticó la pasta a la boloñesa, sin apartar la mirada de Nate.—Estupenda, llena de ruido y niños corriendo por doquier — sonrió y alzó la bolsa que tenía con ella —. Diana les manda galletas especiales.Stacy la recibió con u
Cuando Neta-lee terminó con las llamadas pendientes, se sentía exhausta.Se quitó los anteojos, cerró los ojos, y se llevó la mano a la parte inferior del cuello para masajear los músculos tensos mientras intentaba aliviar el estrés.Dejó escapar un profundo suspiro de alivio y se dedicó a oír la melodía que se percibía a lo lejos y que llegaba a penas con sonidos discordantes hasta donde estaba.Se escuchaba algo torpe y desacorde, pero, de todos modos, sonrió.En el sonido lejano podía distinguir un gran avance de las últimas semanas. Ya no eran simples tecladazos chirriantes, ahora era más parecido a una verdadera canción.El fruto de trabajo y dedicación. Y a pesar de que no debía, se levantó.Tomó de nuevo sus anteojos y se guardó el móvil en el bolsillo, luego caminó con premura por el pasillo.Cuando estaba llegando al umbral del salón principal vio como Rosita se asomaba desde la esquina observando el espectáculo. Caminó más despacio, y casi de puntillas, para no ser escuchada
Volvió a su mesa con prisa para cumplir con las demandas de Damien.Se sostuvo a su personalidad profesional lo mejor que pudo antes de terminar y revisar los e-mails en la computadora.Leyó atenta cada requisito para el vestuario y llamó a la señorita Acton, encargada de la asesoría de imagen, para describirle lo que necesitaba. Para cuando acabó, se sintió orgullosa de sí misma por no cambiar el pedido por un traje de payaso o de plano, por otro vergonzoso vestuario que la dejara en ridículo. Por mucho que quisiera arruinarles la noche, no serviría de nada y solo le traería problemas.Logró respirar profundamente otra vez. Mientras revisaba los mensajes entrantes, un e-mail de una dirección desconocida llamó su atención.De: Coralie WilliamsAsunto: Noah VincentFecha: 28 de Enero, 2019 16:58Para: Neta-lee Saint-Rose—¡Nate! — la voz de Stacy la sobresaltó e impidió que leyera el mensaje.Alzó la mirada para verla correr en su dirección y se levantó de golpe alarmada por su presenci