Capítulo dos

—¡Mocoso ingrato! ¿Dónde demonios te habías metido? —espetó Nicole con aspereza, ajena a la mirada vigilante de Neta-lee, quien la observaba en silencio desde la penumbra de uno de los pilares, oculta fuera de su alcance visual. — ¡Cuando te digan que te quedes quieto, hazlo! —gruñó, tironeando del brazo de Noah con brusquedad.

El niño intentó soltarse, aferrándose con fuerza a su mantita y al libro contra su pecho, mientras sus labios temblaban y sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas.

—Estoy harta de tener que andar detrás de ti. No haces más que complicarme la vida. Ni siquiera puedes quedarte quieto donde te dicen. Siempre causando problemas —continuó con tono áspero, sin soltarle el brazo. — Por eso nadie te aguanta, ni siquiera tu padre. Eres un estorbo, un mocoso desobediente y malo, y...

—...Y si no quitas tus uñas de él, voy a partirte el rostro.

Neta-lee avanzó un paso, con la rabia encendida en cada fibra de su cuerpo. Su postura era rígida, como una cuerda a punto de romperse, mientras luchaba por contener el impulso de actuar impulsivamente. Con un esfuerzo consciente, se recordó que debía mantener la calma.

El rostro de Nicole se descompuso, perdiendo todo color al ser descubierta en pleno acto. La sorpresa apenas tuvo tiempo de asentarse antes de que la irritación se apoderara de sus rasgos, transformando cada gesto en una muestra de desprecio y molestia.

—No te metas, esto no es asunto tuyo —replicó con frialdad, mientras tironeaba de Noah, quien perdió el equilibrio y cayó al suelo con un pequeño tropiezo.

Nicole lo observó con una mirada gélida, sus ojos cargados de una dureza que parecía atravesarlo. Su expresión reflejaba una mezcla de arrogancia y superioridad, mientras mantenía su postura altiva y dominante.

Neta-lee, una mujer generalmente tranquila y reservada, sintió por primera vez en mucho tiempo una oleada de rabia recorrerle el cuerpo. Se acercó a Nicole con pasos firmes y determinación, controlando cada movimiento para no perder el dominio sobre la situación y antes de que lo supiera, estaba jalando con fuerza la masa de extensiones de la parte posterior de la nuca de Nicole.

El rostro de Nicole se tornó en una agresiva mueca de dolor, mientras los dedos de Neta-lee se apretaban, lastimándola. Estaba luchando contra el impulso casi incontrolable de dejarla caer al suelo y aplastarla bajo sus pies. Sus manos temblaban ligeramente, mientras su respiración se volvía más pesada, intentando contener la oleada de frustración que amenazaba con desbordarse.

—No vuelvas a tocarlo, ¿entendido? —dijo con una voz firme, cargada de una autoridad que no admitía réplica.

Jaló de su cabello con un movimiento decidido, inclinándose lo suficiente para que sus palabras quedaran claras y resonaran con fuerza sobre el rostro que se contrajo en una mueca de dolor, deformado por la intensidad de la punzada repentina. Nicole intentó zafarse, sus manos moviéndose con torpeza desesperada mientras trataba de recuperar el control de la situación. Pero Neta-lee no cedió, su mirada fija y su postura inquebrantable transmitían una determinación que no dejaba lugar a dudas.

—Te lo advierto —continuó Neta-lee, su voz grave y contenida, cada palabra cuidadosamente pronunciada—: Si vuelves a cruzar esa línea, no me quedaré de brazos cruzados. Solo inténtalo. Golpéalo y te quemaré las manos. Insúltalo y te cortaré la lengua. Míralo mal y te arrancaré los ojos. ¿Queda claro?

El cuello rígido de Nicole se sacudió con esfuerzo de arriba abajo con un asentimiento. La tensión en el aire era palpable, como si el espacio entre ambas estuviera cargado de electricidad. Neta-lee respiró profundamente, manteniendo el control mientras la soltaba con un gesto deliberado, dejando claro que su advertencia no era algo que pudiera ignorarse. Nicole retrocedió con torpeza, su pie fallando al intentar encontrar estabilidad, hasta que su espalda chocó contra el frío y sólido mármol del pilar. El impacto hizo eco en la habitación, subrayando el momento de tensión con un silencio cortante.

Neta-lee se volvió hacia Noah, quien seguía en el suelo, paralizado. Con cuidado, se agachó junto a él, su gesto mucho más suave ahora, mientras le ofrecía una mano firme y cálida. El niño, aferrado a su mantita, tenía la carita marcada por las lágrimas y una expresión de vulnerabilidad que apretó el corazón de Neta-lee. Sus ojos, llenos de incertidumbre, se alzaron hacia ella buscando la seguridad.

Antes de que la pequeña mano alcanzara la suya, Neta-lee sintió un tirón inesperado en el cabello que la desestabilizó. El dolor repentino la obligó a retroceder un par de pasos, trastabillando mientras luchaba por recuperar el equilibrio. Su mirada, que un instante antes estaba llena de calma para Noah, se endureció al girar hacia la fuente de la agresión, preparada para enfrentar lo que venía.

—¿Cómo te atreves a interferir en mi trabajo, z0rra estúpida? —exclamó Nicole con una voz aguda y cargada de irritación, cada palabra vibrando con una intensidad que llenaba el espacio.

—Será mejor que me sueltes, Nicole —dijo con una voz calmada, aunque impregnada de una tensión latente que parecía vibrar en el aire. Sus palabras, medidas y firmes, llevaban consigo una advertencia que no necesitaba elevarse para ser entendida.

Neta-lee reprimió cualquier gesto de dolor, aunque el tirón había sido más fuerte de lo que esperaba. Su bolso resbaló de su hombro y cayó al suelo con un golpe seco, pero ella no se permitió flaquear. La adrenalina comenzó a recorrer su cuerpo, acelerando el ritmo de su corazón, mientras tomaba el control de la situación con una determinación férrea.

De pronto, los gritos de la señorita Pinnock llenaron el espacio, una mezcla de ira desbordada e insultos que parecían carecer de sentido. Su voz resonaba con una intensidad casi caótica, mientras Neta-lee mantenía su postura, inquebrantable frente al torbellino de palabras que intentaban desestabilizarla.

Neta-lee no se quedó atrás. A pesar de haber recibido un par de golpes en el rostro, optó por defenderse a su manera, respondiendo con el mismo gesto impulsivo y sin vacilar, ignorando cualquier noción de orden.

Con determinación, se enfocó en revertir la dinámica del enfrentamiento. Cuando Nicole intentó sujetarla desde atrás utilizando el antebrazo, Neta-lee reaccionó rápidamente. Se estabilizó como pudo sobre sus tacones, buscando un punto de apoyo en el movimiento de Nicole. Con precisión, aplicó una técnica básica de defensa personal: un pisotón dirigido al empeine de su oponente, desestabilizándola momentáneamente.

Aprovechando la apertura, Neta-lee impulsó su codo derecho hacia atrás, impactando en el área del abdomen de Nicole, lo que la hizo retroceder y perder el equilibrio. Finalmente, con un movimiento controlado, Neta-lee utilizó el dorso de su mano, hecho un puño, para realizar un golpe ascendente dirigido al rostro de Nicole, impactando con fuerza sobre su nariz.

Nicole perdió toda la fuerza y soltó su agarre de inmediato, retrocedió tambaleándose, llevándose ambas manos al rostro con urgencia, presionando su nariz en un intento de contener la sangre que comenzaba a brotar. Sus dedos temblaban mientras presionaba su nariz, y un leve gemido escapó de sus labios, cargado de una mezcla de dolor y desconcierto. Sus ojos se abrieron con un brillo de miedo, como si no supiera qué esperar a continuación, mientras su respiración se volvía irregular, atrapada entre el dolor y la incertidumbre.

—Te lo advertí —susurró con un tono frío y calculador, lo suficientemente bajo como para que Noah no pudiera oírlo.

Luego, Neta-lee cuadró los hombros y apartó la maraña de cabello que le caía sobre el rostro. Con un gesto rápido, acomodó sus anteojos, que habían quedado torcidos sobre el puente de su nariz. Al girarse para comprobar cómo estaba Noah, la voz estridente de su jefe resonó en el recibidor, cortando el aire como un cuchillo.

Tres pares de ojos se volvieron hacia Demien, quien avanzaba con paso firme. Su porte imponente llenaba el espacio, y su mirada azul grisácea, gélida e impenetrable, se posó sobre ambas mujeres con el ceño fruncido.

—¿Qué diablos pasa aquí? —preguntó con sequedad, su tono dejando claro que no toleraría evasivas.

Neta-lee se irguió, dispuesta a explicarse, pero Nicole se adelantó con un empujón, colocándose al frente.

—¡Su secretaria me atacó! —acusó sin miramientos, su voz quebrándose en un tono lastimero mientras se cubría la nariz con las manos—. Me golpeó sin razón alguna, solo porque venía a buscar a Noah para llevarlo a cenar. ¡Incluso me ha roto la nariz!

Demien desvió la mirada hacia Neta-lee, su expresión impenetrable.

—¿Es cierto lo que dice la señorita Pinnock? —inquirió, su tono tan frío como su mirada.

—No fue…

—¡Claro que sí! —interrumpió Nicole, alzando la voz con dramatismo—. Ella lo hizo. ¿No es así, Noah? —se giró hacia el niño, que seguía sentado en el suelo, inmóvil y atónito—. ¡Dile lo que viste! ¡Dile que esta zorra me atacó!

Neta-lee apretó las manos en puños, su mandíbula tensa mientras contenía las palabras que pugnaban por salir. Quería responder con la misma agresividad, pero el niño estaba presente, y no podía permitirse usar un lenguaje inapropiado frente a él, por mucho que Nicole lo mereciera.

En cambio, su voz salió firme y cargada de indignación:

—Cuida tu lenguaje.

Nicole ignoró deliberadamente las palabras de Neta-lee y avanzó con su plan, acercándose a Demien con un aire de victimismo calculado. Sus pestañas se agitaban mientras falsas lágrimas adornaban su rostro. Su actuación era tan meticulosa que casi logró desestabilizar a Neta-lee, quien luchaba por mantener el control.

Nicole siguió sujetándose la nariz, pero, aun así, intentó hablar entrecortadamente, dejando entrever una mezcla de molestia y victimismo.

—Señor —dijo, esforzándose por sonar compungida, aunque su voz salía algo amortiguada por sus manos—, yo estaba con el niño y él no me hizo caso. Tal vez lo sujeté con demasiada fuerza. No quise hacerle daño. Es un niño encantador y solo quería corregirlo. Pero ella —señaló a Neta-lee con un gesto acusador— se interpuso. Me trató de desequilibrada y me humilló frente a él, intentando llevárselo sin razón alguna.

Nicole volvió a posar su mirada en Demien, quien la observaba con el ceño fruncido.

—Yo solo intentaba hacer mi trabajo. Desde que llegué aquí, ella ha estado en mi contra. ¿No es cierto que la semana pasada me empujaste mientras caminaba por el pasillo?

Neta-lee estaba alucinada con lo que oía. Debía admitir que Nicole era hábil mintiendo y actuando, pero la rabia que sentía hacia ella en ese momento era difícil de contener. Aunque ver cómo la mujer intentaba mantener su postura mientras la evidencia de su mentira se desmoronaba le daba una satisfacción silenciosa.

—Sí, pero...

—¿Y que hace unos días me impediste hablar con mi familia en una urgencia? —interrumpió Nicole con altanería, alzando la voz como si quisiera aplastar cualquier intento de defensa.

Neta-lee apretó la mandíbula, furiosa. Esa acusación era completamente falsa. Recordaba claramente cómo Nicole hablaba con sus amigas sobre fiestas y alcohol, usando un vocabulario inapropiado para los oídos de Noah y en un horario que no correspondía. Mientras tanto, Neta-lee cerró las manos en puños, sintiendo la ira crecer en su interior. Oh, cuánto deseaba enfrentarse a aquella mujer y librarla de su desmedida arrogancia.

—Eso no fue lo que...

—¿Y que hasta ayer, no me dejaban irme de esta casa sin hacer que mi bolso fuera revisado por los de seguridad? —añadió Nicole, aprovechando el momento para lanzar otra acusación.

—Sobre eso...

—¿Y qué…?

—¡Ya basta! —gritó Demien, cortando el aire como un látigo. Su tono autoritario las obligó a guardar silencio de inmediato.

Ambas mujeres desviaron la mirada hacia su jefe, quien las observaba con el ceño fruncido y una expresión que parecía endurecer cada palabra que estaba a punto de decir. La hostilidad impregnaba el ambiente, y Neta-lee tuvo que hacer un gran esfuerzo por contenerse. Si Noah no hubiera estado presente, habría sido difícil resistir el impulso de enfrentar a Nicole de forma más directa y violenta.

—Señorita Pinnock, acompáñeme a mi despacho ahora —ordenó Demien con voz firme y sin un ápice de amabilidad.

Nicole, lejos de mostrarse intimidada, lanzó una mirada triunfante a Neta-lee antes de girarse con descaro y dirigirse hacia la oficina, balanceando sus caderas con una actitud provocadora.

—Señorita Saint-Rose, hablaré con usted después —añadió Demien con sequedad, dirigiéndose a Neta-lee antes de acompañar a la niñera hasta su despacho.

Neta-lee, que aún sentía el sabor amargo de la injusticia, se obligó a tomar respiraciones profundas para calmarse. Se giró hacia Noah, le ayudó a ponerse de pie y recogió su bolso. Sin decir una palabra, tomó la pequeña mano del niño y lo guio hasta la cocina. La culpa comenzaba a asentarse en su interior, como un peso incómodo, por haber expuesto a Noah a aquella desagradable escena.

Cuando llegaron, los rostros de Rosita y Stacy reflejaban preocupación y ansiedad. Neta-lee les ofreció una sonrisa apretada, conciliadora pero claramente falsa, antes de acompañar a Noah hasta la mesa redonda en la esquina del cuarto. Con delicadeza, se aseguró de que estuviera bien y, con una suave sonrisa, lo convenció de concentrarse en las tareas del libro que le había obsequiado para distraerlo. Luego, le besó el lateral de su cabecita rubia y se enderezó para dirigirse hacia la barra de desayuno, donde las cocineras de la casa la esperaban.

—¿Podrías servir un trozo de fruta mientras tanto, por favor? —pidió, dirigiéndose a Rosita.

—La cena estará lista en breve, Nate —respondió Stacy.

—Lo sé —contestó Neta-lee con una diminuta sonrisa—. Prometí que me quedaría para cenar con él. Aunque antes tengo que hablar con el jefe —añadió, torciendo los labios con disgusto.

Rosita, comprendiendo la situación, asintió en silencio y se apresuró a cumplir con la solicitud.

Neta-lee se dejó caer sobre uno de los taburetes, alzó las manos para deshacer lo que quedaba de su recogido, ahora desordenado, y se arregló lo mejor que pudo, atándolo en una coleta baja.

El silencio se instaló entre Neta-lee y Stacy por unos instantes, hasta que Rosita lo rompió con una pregunta expectante:

—¿Qué pasó allí afuera?

Volvió con una bolsita de hielo que le tendió a Neta-lee, mientras ambas mujeres la miraban con curiosidad y preocupación.

Neta-lee se encogió de hombros, tomó la bolsita de hielo y la acercó al lateral de su labio herido. Respiró profundamente para armarse de ánimo, colocando una mano sobre la superficie de corian blanco. Stacy, en un gesto de apoyo, cubrió la mano de Neta-lee con las suyas, envejecidas pero firmes.

Entonces, Neta-lee comenzó a relatar lo sucedido afuera, dejando algunos detalles de lado, pero mencionando el maltrato de Nicole hacia Noah y, sobre todo, cómo había terminado rompiéndole la nariz de un golpe.

Cuando terminó, Stacy le dedicó una sonrisa maliciosa y fría.

—¡Se lo tenía merecido la condenada! —exclamó demasiado alto. Neta-lee le hizo un gesto para que bajara el volumen; no quería involucrar más a Noah ni que su jefe las descubriera hablando del tema.

—Le pasó por ser una perra insoportable —aportó Rosita, moderando su tono, pero claramente molesta—. Hasta a mí me hartaba con sus tonterías.

Ambas mujeres asintieron, compartiendo una mueca de desagrado al mencionar a Nicole. El silencio volvió a instalarse por unos momentos, hasta que Stacy habló nuevamente:

—Nate, cariño —dijo, apretando la mano de Neta-lee con ternura y mirándola con una mezcla de inquietud y determinación—. Si necesitas que apoye tu confesión, estoy dispuesta a volver plantarme delante del señor Vincent y hacerle frente —añadió, asintiendo con firmeza—. Si eso ayuda a que saquen a esa mujer de esta casa y la alejen de Noah, haré lo que sea.

—También yo —terció Rosita, levantando ligeramente el mentón con decisión—. Si necesitas que abogue en tu defensa, solo dilo. Con gusto expondré alguna de las bajezas de esa mujer —añadió con desprecio.

Neta-lee esbozó una pequeña sonrisa que apenas logró ocultar el cansancio en su mirada.

—Gracias —respondió, su tono agradecido pero contenido—. Pero no creo que sea necesario. Hablaré con el señor Vincent y le contaré toda la verdad. No voy a permitir que le hagan daño a m… —su voz se quebró por un instante. Se aclaró la garganta con discreción antes de continuar—… a Noah.

Terminó la frase desviando la mirada hacia el niño, que se encontraba sentado en la mesa cercana. Su pequeño cuerpo, inclinado sobre el libro que ahora jugueteaba en sus manos, era un recordatorio de la fragilidad que Neta-lee estaba decidida a proteger.

Stacy palmeó suavemente la mano de Neta-lee, su gesto firme pero cálido.

—Todo irá bien, niña querida —aseguró con voz tranquila, aunque su mirada reflejaba más inquietud que certeza.

—Eso espero —murmuró, dejando escapar un suspiro cargado de melancolía.

La tensión en el ambiente se quebró abruptamente cuando la voz estridente y autoritaria de su jefe resonó a lo largo de la estancia, cortando cualquier esperanza de calma.

Las tres se sobresaltaron como si una corriente eléctrica hubiera pasado entre ellas. Neta-lee alzó la mirada, sus hombros se tensaron involuntariamente, pero se obligó a exhalar y recuperar la compostura.

Dejó la bolsita de hielo sobre la encimera y cuadró los hombros. Con una profunda respiración que buscaba darle coraje, caminó directo hacia lo que parecía ser un enfrentamiento inevitable.

Antes de marcharse, lanzó una breve mirada hacia Noah, ofreciéndole la mejor sonrisa tranquilizadora que pudo reunir.

—Tranquilo. Ya vuelvo —le dijo con una voz firme pero suave, guiñándole el ojo en un intento de infundirle confianza.

—Suerte —dijeron Stacy y Rosita al unísono, sus palabras cargadas de apoyo.

—Señorita Saint-Rose, a mi despacho ¡Ahora! —el grito severo de Demien hizo eco en el alargado pasillo, llenándolo de una atmósfera inquietante.

Los ojitos ansiosos de Noah siguieron a Neta-lee por todo el camino mientras ella salía de la cocina, dejando atrás a las dos mujeres, que se miraron entre sí con preocupación y en silencio.

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