Neta-lee siguió a Noah a través de los pasillos repletos de personas. Luchó por alcanzarlo, mientras gritaba su nombre, pero con la velocidad de un parpadeo el pequeño desapareció entre la multitud que atestaban el lugar. El pánico invadió sus entrañas, mientras no paraba de vociferar con desesperada urgencia el nombre del niño. Su familia también le ayudaba e incluso Demien estaba a punto de perder los estribos mientras buscaba a su hijo. Sin embargo, tras veinte minutos, seguía sin aparecer y las garras de su peor tormento no tardaron en comenzar a despedazarla. —¿Dónde está? ¿Dónde demonios se metió? — pronunció con angustia, tocándose la sien y mirando a todos lados. —Lo hallaremos. Tranquila, Nate. No tiene que haber ido muy lejos — Diana se mantuvo al lado de su hermana y le tomó de la mano, dándole un afectuoso apretón —. John ya fue a hablar con los guardias de seguridad y Demien también está buscándolo. Tranquila, Neta-lee. —Fue mi culpa… — musitó con voz desgarrada, co
Varias horas más tarde, Neta-lee bajó la escalera de la mansión sintiéndose agotada. Tras el enloquecido día, había vuelto a casa de Demien y no se había separado de Noah por todo lo que restó de la tarde. Demien, en cambio, al llegar a la mansión, había desaparecido en su despacho sin decir nada y ella no lo evitó. Ambos necesitaban urgentemente espacio tras lo sucedido y, mientras Neta-lee se embarcó en enfocar y volcar todo lo que le restaba de energía en el pequeño, Demien optó por refugiarse lejos. Mientras descendía por las escaleras y respondía un mensaje de texto de su hermana, exhaló con desgana. Diana había sido de gran ayuda esa tarde. A pesar de la tensión, su hermana había jugado un papel fundamental para que no perdiera los estribos. No había palabras suficientes para agradecerle a ella y su esposo por haberla ayudado, por lo que había dejado cualquier frase insípida de lado y los había abrazado a ambos cuando se habían vuelto a reunir. Por supuesto, mantuvo su decisi
Cuando Neta-lee decidió postularse como asistente personal, creyó que su estadía allí sería breve, quizás un par de meses, y como máximo, un año. Sin embargo, desde aquel penoso día en que ingresó a la mansión Vincent, sin más experiencia que su voluntad y motivada más por necesidad que por elección, quedó atrapada en una decisión que la obligó a posponer sus propios sueños para mantenerse en ese lugar.No era que se arrepintiera cada día de haber aceptado el puesto, pero en jornadas como aquella, cuando el temperamental señor Vincent la regañaba con brusquedad —rozando el grito— por detalles insignificantes, se encontraba cuestionando su permanencia ahí con una intensidad que no podía ignorar.No era una mujer de mundo ni alguien excepcionalmente perfecta, pero trabajaba con una dedicación y pasión que la llevaban al límite. Aquellos regaños no ocurrían con frecuencia, pero, cuando sucedían, le dolía profundamente tener que agachar la cabeza y aceptar las duras y frías palabras de su
—¡Mocoso ingrato! ¿Dónde demonios te habías metido? —espetó Nicole con aspereza, ajena a la mirada vigilante de Neta-lee, quien la observaba en silencio desde la penumbra de uno de los pilares, oculta fuera de su alcance visual. — ¡Cuando te digan que te quedes quieto, hazlo! —gruñó, tironeando del brazo de Noah con brusquedad.El niño intentó soltarse, aferrándose con fuerza a su mantita y al libro contra su pecho, mientras sus labios temblaban y sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas.—Estoy harta de tener que andar detrás de ti. No haces más que complicarme la vida. Ni siquiera puedes quedarte quieto donde te dicen. Siempre causando problemas —continuó con tono áspero, sin soltarle el brazo. — Por eso nadie te aguanta, ni siquiera tu padre. Eres un estorbo, un mocoso desobediente y malo, y...—...Y si no quitas tus uñas de él, voy a partirte el rostro.Neta-lee avanzó un paso, con la rabia encendida en cada fibra de su cuerpo. Su postura era rígida, como una cuerda a punto de ro
Nicole salió del despacho justo cuando Neta-lee estaba a unos pasos de la puerta. Llevaba la nariz obstruida con dos tapones de papel higiénico y una sonrisa satisfecha que se extendía por sus labios enrojecidos. Con un gesto descarado, se limpió las comisuras de la boca con los dedos, dejando entrever una actitud provocadora. La mancha de sangre en su blusa era evidente, pero su rostro estaba impecable, como si quisiera borrar cualquier rastro de vulnerabilidad.Neta-lee apretó los dientes, sintiendo cómo la rabia se acumulaba en su pecho. Al pasar junto a Nicole, le tomó el brazo con fuerza, sus dedos clavándose en la piel como una advertencia silenciosa. La miró con todo el odio que podía reunir, pero la sonrisa de superioridad de Nicole permaneció intacta, desafiándola con su insolencia.—¡Señorita Saint-Rose! —gritó Demien desde el interior del despacho, su voz cargada de impaciencia.Con un esfuerzo de voluntad, Neta-lee soltó el brazo de Nicole, pero no sin violencia. La empujó
Quince minutos después, ya completamente calmada, Neta-lee entró en la cocina. Stacy y Rosita la observaron con ansiedad, pero con un sencillo ademán de su mano les indicó que no hicieran preguntas por el momento. Al acercarse a Noah, le regaló su mejor sonrisa tranquilizadora, llena de ternura, y se sentó junto a él en la mesa.Noah la miraba con preocupación, sus ojos reflejaban una mezcla de tristeza y curiosidad. Neta-lee, decidida a cambiar esa expresión, comenzó a distraerlo con bromas juguetonas y palabras cálidas, hasta que logró que el niño entendiera que ella estaba bien.Stacy empezó a servirles la cena, y el incómodo silencio inicial comenzó a desvanecerse mientras Neta-lee animaba a Noah con bromas y gestos alegres. Poco a poco, logró que el niño se abriera y comenzara a hablar sobre lo que había aprendido con su profesor ese día. Las bromas chispeantes de Rosita y Stacy no tardaron en llenar la habitación, y en medio de risas compartidas, la cena se transformó en un momen
Al día siguiente, Neta-lee llegó temprano a casa de su hermana. Como la tía favorita e invitada predilecta —aunque, a veces, también esclava ocasional— tenía la misión de ayudar con los preparativos del cumpleaños de su sobrina. Con los demás invitados previstos para llegar por la tarde, pasó la mañana y buena parte del mediodía decorando el amplio jardín donde se llevaría a cabo la celebración.A pesar de las mil sonrisas fingidas y las bromas animadas que compartió con su sobrina y cuñado, su hermana mayor no le quitaba los ojos de encima. Por mucho que Neta-lee intentara disimular el torbellino de emociones que se arremolinaban en su interior, le era imposible ocultarlas.—¡Tía! —gritó Cassie desde la otra punta del jardín. La pequeña cargaba una caja enorme, tan grande que parecía que podría aplastarla de un momento a otro—. ¡Auxilio! ¡Ayúdame! ¡Esto pesa un montón!El corazón de Neta-lee dio un vuelco. Soltando lo que estaba haciendo, corrió hasta donde estaba su sobrina. Pero, al
Diana estaba más callada de lo habitual. Mientras Neta-lee hablaba animadamente de cualquier cosa que se le viniera a la mente, intentaba evitar a toda costa el tema que sabía que su hermana terminaría tocando. No quería hablar de ello, menos cuando luchaba por ocultar la preocupación y el zumbido constante en su pecho que le imploraba correr a ver a Noah.Se dedicó a llenar las pequeñas bolsas de dulces para los niños y niñas invitados a la fiesta, rodeada del agradable aroma a vainilla, mientras relataba una absurda historia sobre el primo Simón. La historia, que en realidad no tenía gracia alguna, la acompañó con risas fabricadas y sonrisas fingidas. Pero, por mucho que intentó aplazar el asunto, Diana terminó perdiendo la paciencia.—Ya sabes, mamá se puso como loca cuando...—Déjalo estar, Nate —la interrumpió Diana con seriedad—. Suelta de una vez lo que te tiene así y deja de fingir. No te queda nada bien.—No sé de qué hablas —contestó Neta-lee, despacio.La sonrisa se apagó en