Lisa
El silencio se volvió insoportable después de que Cristian se marchó.
Intenté distraerme, pero cada rincón de esa habitación me recordaba que seguía encerrada, prisionera en un lugar que, aunque ahora me protegía, también me asfixiaba.
No sabía cuánto tiempo había pasado desde que se fue. Tal vez una hora, tal vez tres. La luz del día entraba oblicua por la ventana, tiñendo el suelo de un tono dorado pálido. Afuera se escuchaban pasos, voces lejanas, y a veces el sonido de alguien dejando comida frente a la puerta.
No la abrí.
No tenía hambre.
Solo quería salir.
Me acerqué a la ventana y apoyé la frente contra el vidrio. Desde ahí se alcanzaba a ver parte del bosque, un paisaje que parecía burlarse de mi encierro. Tan cerca… y tan imposible de alcanzar.
Cuando escuché el clic de la cerradura, mi cuerpo se tensó.
La puerta se abrió despacio, y el primero en aparecer fue Cristian.
Vestía de negro, el cabello algo despeinado, la mirada más seria que antes. Había algo en él, un cansa