El salón de conferencias del estadio bullía con un murmullo espeso, cargado de expectativas. Cámaras de televisión alineadas en un costado, micrófonos de decenas de cadenas internacionales esperando a captar cada palabra, y periodistas de distintos países repasando sus anotaciones. Era un espacio amplio, iluminado con luces frías, donde el eco de las voces se multiplicaba, chocando contra las paredes blancas.
Unas pantallas gigantes reproducían imágenes del partido recién terminado: el gol de Lautaro, su corrida fantástica esquivando rivales brasileños, el festejo señalando el corazón y luego mostrando los cinco dedos. La escena se repetía una y otra vez, capturada desde diferentes ángulos, como si el momento necesitara ser revivido para que todos creyeran que fue real.
Cuando finalmente ingresó Lautaro, acompañado de Sergio —su entrenador— y del coordinador del torneo, un centenar de cabezas se alzaron al unísono. Algunos fotógrafos dispararon sus flashes con tanta insistencia que La