Querido fútbol,
hoy me siento frente a una hoja en blanco, y por primera vez en muchos años no me tiemblan las manos por miedo a fallar un pase, ni por el peso de una camiseta. Me tiemblan porque sé que esta carta es el final de una historia que empezó cuando era apenas un chico que corría detrás de una pelota en una calle polvorienta, soñando con ser feliz.
Hoy, después de todo lo que viví, puedo decir que lo logré.
El estadio donde mañana jugaré mi último partido ya se siente distinto. Hay un silencio en cada rincón, un aire de despedida que me acaricia el alma. Sé que será mi última vez pisando ese césped, escuchando el rugido del público, el olor a pasto mojado, el eco de los gritos que tantas veces me hicieron vibrar el corazón.
Y aunque una parte de mí quisiera detener el tiempo, otra sonríe al pensar en lo que este viaje me dejó.
Pienso en Tiago, mi hermano, en cómo pasamos de estar enfrentados a volver a ser familia. En cómo el fútbol nos volvió a unir cuando la vida parecía h