La Rusa estaba sentada en un sillón de cuero rojo, con una copa de vino tinto en la mano. Sus ojos claros, fríos como el acero, no parpadeaban mientras miraban la enorme pantalla frente a ella. El televisor transmitía en directo desde Lima, Perú, el inicio del partido del torneo internacional de colegios.
—Hoy va a ser un mal día para vos, Lautarito… —murmuró, con una sonrisa torcida que no llegaba a sus ojos.
Le encantaba el poder que sentía al saber que el chico argentino estaba con la cabeza hecha un torbellino, con miedo por su familia, por sus amigas, por esa noviecita que tanto lo hacía suspirar.
Bebió un sorbo más, relamiéndose.
—Cuando caigas, cuando quedes hecho pedazos, recién ahí vas a entender quién manda.
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A cientos de kilómetros, en la casa de Gabriela en Argentina, el ambiente era radicalmente distinto.
El televisor estaba a un volumen que llenaba toda la sala. Erica se abrazaba un almohadón contra el pecho; Jenifer estaba sentada en el borde del sillón, mordiendo su