La mañana amaneció con un sol tibio, de esos que acarician los techos de la ciudad como si nada hubiese pasado. Pero para Lautaro, cada rayo de luz seguía cargado de tensión. Agustina continuaba internada, estable pero débil. Los médicos habían dicho que su sistema respiratorio estaba comprometido y que tendrían que mantenerla en observación por al menos una semana. Lo más probable era que todo hubiese sido provocado por una combinación de estrés, encierro y un virus respiratorio no tratado a tiempo.
Lautaro la visitaba cada mañana antes de ir al entrenamiento. A veces también pasaba por la tarde, aunque no le gustaba dejar sola a Jenifer por mucho tiempo. Sabía que ella no decía nada por respeto, pero su mirada hablaba. Había vivido tanto en tan poco tiempo que ahora cualquier ausencia le despertaba temor.
Esa mañana, mientras sostenía la mano fría de Agustina, pensó en algo que no se atrevía a decirle a nadie: no le tenía miedo a La Rusa. Podía tener armas, dinero, contactos... pero