El hospital tenía ese aroma extraño entre desinfectante y soledad. Jenifer salía por la puerta principal vestida con ropa cómoda, su mochila colgada al hombro, mientras sostenía con la otra mano el alta médica. Caminaba despacio, recuperándose, pero firme.
Afuera la esperaba Lautaro, apoyado contra el auto de Gabriela. Cuando la vio, se incorporó con una sonrisa que no alcanzaba a tapar la tensión en su rostro.
—¿Lista para volver? —preguntó, abriendo la puerta del acompañante.
—Lista —respondió ella, subiendo.
Durante los primeros minutos del viaje no dijeron nada. La ciudad pasaba por las ventanas como una película gris. Jenifer sabía que algo no estaba bien. Lo sentía en el ambiente, en la forma en que Lautaro manejaba con el ceño fruncido, mordiéndose el labio inferior.
—Contame —dijo ella finalmente—. ¿Qué pasó?
Lautaro tomó aire.
—Matías Elías Godoy murió —dijo, sin rodeos—. Lo mataron.
Jenifer frunció el ceño. Apretó los labios. Le dolía cada vez que hablaban del crimen, pero n