capitulo 58

La estación de policía olía a café frío, cigarrillo rancio y papeles viejos. Dos oficiales hablaban en voz baja junto a una de las oficinas traseras, sin imaginar que la amenaza ya había entrado mucho antes que ellos.

—El nombre que dio la chica, “La Rusa”, está en algunos informes viejos —dijo el oficial Rivas—. Extorsión, manipulación de menores, conexiones con redes de trata. Pero nunca pudimos probar nada.

—Y ahora aparece el nombre en medio de un doble homicidio —respondió el subinspector Peña, bajando la voz—. Si esto sale a la luz, vamos a tener que llamar a la fiscalía especial.

Ninguno de los dos notó al hombre que pasaba por detrás de ellos, con un vaso de plástico en la mano y una carpeta bajo el brazo. Se llamaba Alan, tenía cara de recién ingresado y una expresión amable que lo hacía invisible.

Alan no se detuvo hasta llegar al baño. Cerró la puerta, se apoyó contra ella y sacó de su chaqueta un pequeño celular, uno sin chip, sin registro.

Marcó un número. Nadie atendió.
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