Lautaro terminaba de hablar con Sergio cuando, al girar para volver con sus compañeros, vio a Tiago sentado solo en el borde del banco, con la mirada perdida. No aplaudió con el resto, no dijo una sola palabra desde que el entrenamiento terminó. Lautaro lo conocía. Sabía leerle la tristeza. Y en ese momento, esa tristeza tenía un tono distinto.
Se acercó despacio, sin decir nada. Tiago no lo miró.
—¿Estás bien? —preguntó Lautaro, sentándose a su lado.
Tiago tardó unos segundos en responder, luego levantó la vista, forzando una sonrisa que no engañaba a nadie.
—Sí, todo bien. Felicitaciones por la beca… de verdad.
—No me digas eso si te está doliendo otra cosa —respondió Lautaro, con calma.
Tiago apretó los labios, contuvo las ganas de decir algo que tenía atravesado, pero finalmente, como si ya no pudiera más, lo soltó:
—¿Sabés que ahora mamá y papá me tratan como antes te trataban a vos? Como si yo fuera el fracaso, el que estorba, el que nunca hace lo correcto…
Lautaro lo miró, mudo