La tarde había caído como una manta tranquila sobre la ciudad. El cielo estaba pintado de tonos naranjas y azules, y Lautaro, después de pasar horas en su habitación dándole vueltas a las ideas, decidió que era momento de hablar. No podía guardárselo más. Necesitaba decirlo. Necesitaba que las dos personas que más lo marcaban en ese momento supieran lo que había decidido.
Bajó a la cocina, donde Erica ya estaba tomando mate con Gabriela. Se sentó frente a ella, sin decir nada al principio. Solo la miró. Ella levantó la vista y supo que algo importante se venía.
—¿Podés llamar a Jenifer? —le dijo él—. Quiero hablar con las dos.
Erica sintió una leve punzada en el pecho, pero no lo mostró. Asintió, tomó su celular y envió un mensaje corto.
Unos cuarenta minutos después, Jenifer tocaba el timbre. Gabriela los dejó solos, respetando el espacio. Las tres caras se encontraron en el comedor. Había una tensión sutil, pero todos sabían que ese momento era importante.
—Estuve pensando mucho —em