La luz tenue de la mañana entraba por la ventana del comedor. El reloj marcaba las 7:40 y la casa todavía estaba en silencio, salvo por el suave tintinear de las tazas y platos. Gabriela revolvía el café mientras Lautaro se servía pan con mermelada.
—¿Dormiste bien? —preguntó ella, dándole un sorbo a su taza.
—Como una piedra —respondió él—. Reventado, pero feliz.
Se hizo un breve silencio. A través de la ventana, los primeros rayos del sol iluminaban el jardín. Era uno de esos momentos tranquilos, donde la rutina parecía un respiro después de tanto.
Lautaro se quedó mirando el vapor del café. Luego levantó la vista hacia su tía, dudó un instante y preguntó:
—¿Vos... apoyarías si yo quisiera estudiar Derecho y seguir jugando al fútbol?
Gabriela dejó la taza sobre el plato con cuidado. Lo miró, sin apuro, como si hubiera esperado esa pregunta desde hacía tiempo.
—¿Me lo estás preguntando porque tenés miedo de lo que yo piense? —respondió, sin perderle la mirada.
—No. Bueno… un poco sí