El partido siguió con un ritmo frenético tras el descuento. El gol de Lautaro había despertado no solo al equipo, sino también a toda la tribuna. El estadio entero rugía, empujaba con cada pase, con cada intento, como si el aliento pudiera empujar la pelota al arco rival.
El equipo de Lautaro comenzó a dominar. Se hicieron dueños de la pelota, tocaban por abajo, abrían la cancha, triangulaban con criterio. Gonza empezó a ganar por derecha, Javier se adueñó del medio y Lautaro bajaba a buscar, armaba, distribuía y volvía a pisar el área. Pero había un problema: el arquero rival.
Una, dos, tres… tapadas espectaculares. En una, se estiró contra un cabezazo de Gonzalo que parecía gol cantado. En otra, desvió con la punta del botín un zurdazo cruzado de Lautaro. Y en la tercera, voló al ángulo para rechazar un tiro libre de Javier. El tipo era una muralla. El empate parecía estar al caer, pero no llegaba. El tiempo pasaba. La tensión aumentaba. El público no paraba de gritar, aplaudir, ale