Lautaro no se había movido del hospital en toda la mañana. Gabriela le había traído un café que él apenas tocó, y había pasado horas caminando de un lado a otro del pasillo, mirando el reloj, esperando alguna novedad. No había dormido, no había comido. Solo esperaba.
Finalmente, una enfermera se le acercó. Lo miró con una sonrisa cálida.
—Lautaro, ¿no?
Él asintió de inmediato, con los ojos cansados y rojos.
—Los padres de Jenifer hablaron con el médico… y autorizaron que la visites. Pero solo unos minutos, ¿sí? Está muy débil todavía.
Lautaro se quedó congelado. Las palabras tardaron un momento en llegar a su conciencia. Gabriela se levantó a su lado y le tomó la mano.
—Andá, mi amor —le dijo con ternura—. Ella te necesita.
Lautaro asintió sin decir nada. Caminó hacia la habitación 213 como si cada paso fuera irreal, como si atravesara un sueño. Tocó apenas la puerta abierta y asomó la cabeza.
Y ahí estaba.
Jenifer.
Tendida en la cama, con un brazo vendado, algunos moretones en el ros