El cielo estaba encapotado esa tarde, pero no caía una sola gota. En el campo de entrenamiento, los pasos resonaban huecos, sin el bullicio habitual. Lautaro llegó más temprano de lo habitual. Lo esperaba el entrenador Sergio, parado junto al banco de suplentes, con los brazos cruzados y una expresión difícil de descifrar.
—¿Todo bien, profe? —preguntó Lautaro, acercándose.
Sergio lo miró fijo. Después de unos segundos, asintió con la cabeza, como si hubiera tomado una decisión importante.
—No. No está todo bien —dijo con sinceridad—. Gonza me contó lo que pasó con tu hermano.
Lautaro bajó la mirada, sintiendo la incomodidad subiendo por el pecho.
—No quería armar quilombo... Pero ya fue demasiado.
—Te entiendo. Y no estás solo —Sergio hizo una pausa—. Escuchame bien: Tiago fue suspendido del club por dos semanas. No va a entrenar, ni jugar, ni acercarse al vestuario. No tolero ese tipo de actitudes. Ni siquiera entre hermanos.
Lautaro levantó la cabeza. No esperaba una medida tan fir