Mientras la cita de Lautaro y Jenifer seguía, Tiago llegó a su casa con la mochila colgando de un solo hombro, los auriculares puestos y una rabia cocinándosele por dentro. Apenas abrió la puerta, se los quitó de un tirón y los tiró sobre la mesa.
—¡¿Se puede saber qué carajo está pasando en ese club?! —gritó mientras se sacaba la campera y la arrojaba contra el respaldo del sillón.
Su madre, Marcela, salió de la cocina secándose las manos con un repasador. Su padre, Darío, bajó el volumen del televisor desde el comedor.
—¿Qué decís, Tiago?
—¡Me suspendieron! —espetó—. Dos semanas afuera del equipo. ¡Por culpa de ese llorón de Lautaro!
Marcela frunció el ceño. Darío se incorporó, visiblemente molesto.
—¿Cómo que te suspendieron? ¿Quién?
—Sergio. El entrenador. Dice que lo amenacé. ¡A Lautaro! ¡¿Podés creer?! Gonza fue con el cuento como si fuera el nuevo héroe del pueblo.
Marcela dejó el repasador sobre la mesa. Darío cerró los puños.
—Esto no va a quedar así.
—Eso mismo pienso. No va