Vincent se fundió con la oscuridad del bosque, y una calma relativa volvió a descender sobre el jardín de Kaila. La sanadora no se movió de su mecedora durante un largo minuto, observando el punto donde la silueta de su Alpha se había desvanecido. Luego, suspiró y, sin volverse, habló en voz lo suficientemente alta como para ser escuchada desde la casa.
—¡Puedes salir! —Kaila continuó meciéndose mientras tomaba su abanico—. ¡No eres tan sigiloso como crees! Y deja de escuchar conversaciones que no son para tus oídos.
Un suspiro exasperado surgió de entre las sombras junto a la leñera. Axel surgió de detrás de ella, moviéndose con la gracia felina que lo caracterizaba, pero con los hombros un poco encorvados. Sin mediar palabra, se dejó caer pesadamente en la mecedora que su hermano había ocupado momentos antes. La madera protestó con un crujido.
Kaila lo miró con una mezcla de cariño y exasperación.
—Bueno,¿y cuáles son tus planes ahora, muchacho? —preguntó, recomenzando el suave bal