Se detuvo al borde de la propiedad, bajo la sombra de un viejo roble, respirando el aire frío que no lograba calmar el fuego interno que Lana había desatado en él. No entraría. No podía. Bastante tenía con el torbellino en su propia cabaña, con la mujer cuyo destino estaba irrevocablemente unido al suyo y que ahora lo temía. Intervenir en el drama de Axel, por mucho que le preocupara la seguridad de la humana, no era su lugar. Su hermano tenía que librar sus propias batallas.
El chirrido de la puerta principal al abrirse lo sacó de sus pensamientos. Kaila salió al porche, envuelta en un chal grueso, como si hubiera sentido su presencia perturbando la calma de su hogar. Sus ojos, sabios y antiguos, lo encontraron en la penumbra. Una sonrisa cálida, maternal, iluminó su rostro.
—Vaya, vaya. Los dos hermanos Marino en un mismo día, a caso es un día festivo para mi. Esto sí que es una sorpresa —dijo, su voz un susurro ronco cargado de décadas de conocimiento y secretos del clan, mientras