LAURENTH
El pueblo estaba radiante. Los puestos recién construidos mostraban vigas firmes, techos reforzados y colores vivos. La gente nos miraba con sonrisas que parecían encender las calles mismas. Al vernos pasar, inclinaban la cabeza hacia Kaelan, y luego… hacia mí.
—¡Luna Laurenth, gracias por esto! —exclamó una anciana, estrechando mis manos—. Sin duda, usted es una bendición de la diosa para nuestra manada.
Me quedé congelada.
—Yo… yo no soy luna —balbuceé, sintiendo el calor subir a mis mejillas.
La mujer sonrió con ternura, como si mis palabras no tuvieran ningún peso.
—Para nosotros lo es, Luna Laurenth.
El corazón me dio un vuelco. No sabía qué responder. Y entonces Lyra apretó mi mano y me sonrió con picardía.
—¿Ves, Lau? —dijo bajito—. Todos quieren que seas la luna de papi.
El aire se me atascó en la garganta. Al girar la cabeza, los ojos dorados de Kaelan se encontraron con los míos. Un choque. Un estremecimiento en el pecho. Un vínculo invisible que me obligaba a admit